El relato duró poco. A los apenas cuatro años de existencia, la empresa
giró su política. Quienes se habían presentado ante el mundo como la plataforma
libre de contenidos publicitarios, se lanzaban de lleno al mundo de la
publicidad digital. Bajo este nuevo criterio la democratización se iba al tacho
porque el algoritmo de distribución de la información ahora pasaba a dar
preferencias a los contenidos pagos y ningún ser de carne y hueso ni empresa
mediana podía competir con la publicidad infernal de los grandes medios. Peor
aún, la red se transformó en un infinito reguero de empresas dedicadas a la
creación de Fake News distribuidos ya
no sólo por las empresas que ponían el dinero, sino por Facebook mismo. Los
usuarios de cuentas individuales se marginalizaban en un pozo sin fondo al
punto de que hace dos años un algoritmo sólo les reserva la capacidad de
interacción con quien ya la hayan tenido anteriormente.
Este proceso aún continúa, ni hablar. En varios países Facebook desarrolla la publicidad vía WhatsApp que se vende en
paquete a los regímenes políticos. Vía Whatsapp (y según algunos medios de la
época casi sin otro recurso) Bolsonaro hizo una campaña electoral en la que
creció casi veinticinco puntos en dos meses. Zuckerberg ahora acaba de lanzar
en Río de Janeiro y San Pablo el comercio electrónico vía Whatsapp con el objetivo de competirle a Amazon y MercadoLivre.
En Argentina la monopolización comunicacional de las redes sociales también
fue una palanca de las últimas grandes reformas de los grupos mediáticos. A Clarín y La Nación, fue la misma empresa de Facebook quien les diseño sus plataformas digitales y las compatibilizó
con el algoritmo de sus redes sociales en el cual cada persona que accede a los
diarios o alguno de sus dominios es directamente registrado para comenzar a
interactuar con sus páginas en las redes sociales. El mismo Zuckerberg se
despacha cada tanto con editoriales en “la corpo” y se lo ha visto por Buenos
Aires alagando al honorable Marcos Galperín, dueño de Mercado Libre, que gracias a la venta online acaba de colocar a su
empresa entre las más ricas del mundo. El monopolio digital es un hecho
irrefutable.
¿Revolución digital?
En Argentina (y no tengo constancia de que en ningún otro lugar del mundo)
la izquierda atravesó esta etapa de transformación digital de la información
sin ningún tipo de política, crítica ni alternativa. A la hora de pensar en las
redes sociales, quizá de forma incosciente, retomó la política de “medios
alternativos” que tanto se había combatido. Se reabría un debate: ¿deben
crearse medios de comunicación independientes que intenten ser “una voz
alternativa” o, en cambio, la tarea de los revolucionarios era buscar los
medios creativos para elevar la capacidad de expresión de los trabajadores? Se
trata de una discusión que recorrió a la izquierda latinoamericana durante
varios años, tuvo su episodio crucial en el renombrado Foro de San Pablo y
finalizó por parte del nacionalismo burgués en la creación de supuestos medios
alternativos que terminaron haciendo las veces de sus monopolios en sus países.
Esto es, resulta imposible pensar en la alternatividad de un medio si esté no
se encuentra pensado en relación estrecha al problema del poder, en particular,
a qué clase lo tiene.
La masificación de las redes sociales, en vez de como el crecimiento
monopólico de la información, fue tomado por la izquierda como la posibilidad
de construir nuevos medios y canales “alternativos”. Según leemos en la
presentación (quiénes somos) del
sitio multimedia de La Izquierda Diario,
el PTS presenta su revista como “la revolución multimedia de la nueva etapa del
periodismo de izquierda”. El PTS transmite matutinamente programas en vivo por YouTube bajo la expectativa de que
repetir los esquemas audiovisuales de la burguesía puede darle rédito. Obviamente falla y su promedio
de visualizaciones matutinas no supera las tres centenas.
Ahora bien, su bajo impacto no quieta que los canales digitales que creó la izquierda en los últimos años se
diferencian de forma sustancial a los canales individuales – aunque exista
quien lo niegue - porque tras ellos existe un sinfín de dinero invertido que
hace imposible a la base militante discutir en iguales condiciones con las
direcciones que manejan los instrumentos de difusión. Obviamente que las
grandes cuentas de Prensa Obrera y La Izquierda Diario se han enriquecido
de influencia no gracias a contenido destacado (del cual no existen recuerdos
inmediatos gratos en mi memoria) sino a los aportes financieros de compañeros
individuales absorbidos por direcciones que crean sus propios aparatos de
difusión, su programación y hasta contratan grandes equipos de trabajadores
gráficos y periodistas trabajando a su servicio. Cualquier persona que militó
en el Partido Obrero recuerdo con vehemencia la tan mentada “comisión de medios”
de la cual jamás se conocieron informes serios ni logros importantes. Más aún:
el mismo criterio se utilizó para la difusión de cuentas personales de los
dirigentes que fueron ferozmente enriquecidas a base de publicidad paga y personal
dedicado exclusivamente a su desarrollo. Equipos enteros de compañeros
dedicaban sus días de militancia a atraer visitantes a las cuentas de los
candidatos del FIT.
Como decía, este mecanismo fue y sigue siendo utilizado por las direcciones
de ambos partidos del Frente de Izquierda. En el PO en particular, la
publicidad paga se ha transformado en una constante que uno se puede encontrar
en los lugares más insólitos. Lo mismo han hecho con las búsquedas en google,
por ejemplo, reservándose el mismo día que lo expulsaban del partido todas las
búsquedas que contenían las palabras “Jorge Altamira” y “fracción pública” para
que sean redireccionadas a sus propias páginas. Los compañeros de todo el país
que pretendían realizar críticas a las direcciones oficiales se veían obligadas
a utilizar sus propias cuentas bajo los influjos de los algoritmos de Zuckerberg
a los que, finalmente, tampoco las direcciones pueden escapar más que dedicando
el conjunto de sus ingresos a la publicidad digital. En definitiva, sumándose al
mercado que propone Zuckerberg.
Escribo este texto con el objetivo de que la discusión comience a darse al
interior de nuestros partidos y, sobre todo, de nuestra tendencia del PO. La
base militante, por ejemplo, debe exigir que las cuentas de dirigentes que
fueron infladas sobre la base de personal y publicidad paga no se transformen
en cuentas privadas sino en medios de difusión masiva de los explotados. Se
trata de una tarea que requiere inteligencia, planificación y sobre todo
abrirle paso a los compañeros que estén dispuestos a ponerse a la cabeza de ella.
No existe revolución digital ni social si no es de la mano de un esmero
constante de los explotados por abrirse camino ya sea mediante la agitación en
la puerta de una fábrica o la difusión en Facebook.
Maximiliano Laplagne
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