La crisis del capital ha agudizado como nunca antes la depredación
internacional del medio ambiente. A diferencia de lo que se pueda intuir a priori, el mayor colapso ecológico no se
vive en las grandes reservas naturales sino en las concentraciones urbanas.
Esta ha sido una constante del desarrollo industrial del capital que a costa de
reducir costos de producción hizo de los depósitos de desechos tóxicos la regla
general de su funcionamiento. Así ya lo denunciaba Engels al estudiar las
condiciones del surgimiento del capital en Inglaterra. El propio Marx hace de
este punto un eje de estudio crucial de su obra cumbre pues descubre que la
depredación ambiental del Capital
forma parte estructural del sistema de dominación capitalista.
En Argentina, la lucha en defensa del medio ambiente recorre una
trayectoria de tanto recorrido como la historia misma del país. Ya los
revolucionarios de 1810 alertaban sobre el avance de las forestales contra los
bosques nativos, misma situación que llevó a levantamientos en varias
provincias a lo largo de doscientos años y que acabaron en picos de grandes
movimientos revolucionarios como el del santiagueñazo en los noventa en el que
no sólo se denunciaba la tala indiscriminada de árboles autóctonos sino la
semi-esclavitud a la que se veían sometidos los obreros forestales. Lo mismo
sucede con la lucha contra la megaminería que gestó rebeliones imponentes en
Famatina, Andalgalá o Chilecito. Por su parte, la lucha en defensa del agua
potable para el pueblo ha gestado una movilización imponente en Mendoza que en
dos días derrotó los planes mineros del gobierno provincial. Luchas similares
se replican a lo largo de todo el conurbano bonaerense y las villas de la
Ciudad de Buenos Aires donde existen barrios en los que más de la mitad de la
población carece de agua cotidianamente.
Finalmente, varios estudios dan cuenta de la estrecha relación entre el
cambio climático y (no el surgimiento pero sí) la propagación masiva del
coronavirus que en apenas siete meses ya se llevó la vida de medio millón de
personas (siempre y cuando tengamos fé en los números oficiales). Es evidente
que las masas populares virarán hacia la búsqueda de responsabilidades
políticas y sociales que empujarán a la crítica de la degradación ambiental a
la explotación anárquica del capital somete a nuestro planeta.
Pensando en términos políticos, ninguno de los partidos del régimen posee
autoridad ni intereses en desarrollar a fondo un programa en defensa del medio
ambiente. En definitiva, las ganancias capitalistas de la burguesía argentina y
el capital internacional aquí presente se encuentran atadas a la entrega los
recursos naturales a bajo costo de producción. Es emblemático el caso del litio
que requiere para su extracción de la intoxicación permanente de millones de litros
de agua en provincias donde pueblos enteros denuncian su escasez. Atrás de este
negocio se encuentran peronistas de Salta, radicales de Jujuy y senadores
nacionales de todos los colores.
Por lo general, la izquierda que se presume socialista ha enfocado este
problema desde un ángulo reformista, depositando esperanzas en que pueden
existir transformaciones ambientales al interior del régimen capitalista. Esta
perspectiva ha fracasado rotundamente. Recordemos, por ejemplo, que el gobierno
progresista de Tabaré Vázquez y Pepe Mujica fue el primer defensor de la
construcción de las pulperas en Fray Bentos. Contrariamente a esta perspectiva,
luchadores de todo el continente han tomado la posta en la construcción de
movimientos organizados en defensa del medio ambiente explicando con claridad
que los primeros perjudicados a partir de la contaminación ambiental son los
obreros ocupados o desocupados que ven degradar sus condiciones de sanidad de
forma permanente. Varios de estos movimientos construyeron asambleas populares
que hasta llegaron a hacerse cargo de sus ciudades en medio de grandes crisis.
Ese fue el caso de los vecinos de Famatina.
La depredación ambiental es un problema de clase. Los luchadores deberíamos
dar un paso decisivo en interpelar a sindicatos, comisiones internas y
organizaciones obreras de todo tipo en ponerse a la cabeza en defensa de la
lucha ambiental. Esta perspectiva unificada creará las condiciones para elevar
políticamente nuestros reclamos hasta el punto de poder utilizar las elecciones
legislativas como una palanca de agitación popular en defensa de la vida digna
de ser vivida. Se trata de otra manera de elevar a la clase obrera en la lucha
por el poder. Por su parte, rechazar la participación electoral sólo puede
conducir a la marginalización de nuestras luchas. Sin dejar ni un segundo de
desarrollar cada movimiento en cada barrio, provincia o localidad comenzamos
desde ahora mismo a elevar nuestros reclamos al plano político. Compañeros,
obreros de toda la Argentina y por qué no del mundo entero, manos a la obra.
Maximiliano Laplagne
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