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La cuestión del partido en Chile

La lucha por la revolución socialista es internacional en su contenido pero nacional en su forma, es decir, la lucha por la revolución internacional presenta particularidades geográficas de acuerdo a las tradiciones de lucha de los pueblos. Estas tradiciones forman parte de la combinación entre las imposiciones sociales de la cultura de las clases dominantes y los esfuerzos permanentes de las clases oprimidas por crearse su propia civilización. De aquí que la lucha por la revolución socialista en la República Argentina debe combinar la tradición futbolística del proletariado, las doctrinas combativas del peronismo y todo un infinito resorte de creaciones de la burguesía nacional por adoctrinar al proletariado. Pero, y este punto es doblemente decisivo a la hora de la victoria, la clase obrera crea, a partir del desarrollo de su conciencia histórica, sus propias organizaciones y partidos.

La creación de la tendencia del Partido Obrero de la Argentina no parte del capricho individual de ningún dirigente. Forma, muy al contrario, parte del mismo desarrollo político de la conciencia de las masas y se encuentra atado al rechazo masivo de la clase obrera a los aparatos burocráticos de partidos y sindicatos. Fue la rebelión popular del año 2001 la que se encargó de poner definitivamente a los ojos de la gran masa obrera el carácter reaccionario de la dirección de sus centrales obreras que abandonaron la calle frente al primer disparo. La misma rebelión pulverizó la dinámica histórica de los partidos tradicionales de la burguesía argentina a quienes el pueblo les exigía “que se vayan todos”. Por otra parte, instaló entre la conciencia popular la necesidad de dar un paso más allá para alcanzar una victoria definitiva. A diferencia de lo que sucede actualmente en Chile, las asambleas populares surgieron en Buenos Aires luego de la revuelta. Finalmente, y aquí nuestro punto de interés, la rebelión popular hizo del Partido Obrero una referencia masiva de combate contra el Estado capitalista al tener la capacidad de organizar al movimiento de desocupados bajo una orientación clasista, una tarea en la que han fallado incesantemente partidos obreros en todo el mundo.

Luego del año 2001 el Partido Obrero se transforma en el candidato a dirigir la rebelión popular del proletariado argentino. Dada esta circunstancia, y sin perder de vista los doce años kirchneristas de intentos del Estado por cooptar a las organizaciones populares de todo color, no es extraño que las denuncias contra la orientación burocrática de su dirección hayan estallado al calor de las grandes rebeliones que recorren el mundo. Estas mismas de rebeliones se han convertido en revoluciones sociales en las que se juega el futuro de todas las revoluciones del mundo. La Tendencia internacionalista, clasista, obrera y combativa que lucha por la recuperación de su partido defiende como orientación estratégica la lucha por el poder político comprendiendo que todo el resto de la política debe estar transicionalmente orientada a este objetivo. De allí que la tendencia haya levantado como una de sus principales consignas la convocatoria a una asamblea constituyente que remueva los poderes del Estado. Se trata de la consigna defendida unánimemente por el Partido Obrero, y luego por todo el abanico de partidos de izquierda, frente a la rebelión popular del 2001. Al defender su partido, la vanguardia obrera defiende las consignas y sus tradiciones históricas forjadas en la lucha teórica pero sobre todo en las barricadas.

Barricada o parlamento, este dilema resume posiblemente la crisis de dirección del proletariado internacional y, también, por supuesto, el de Chile. Ahora bien, en Chile la revolución ya es un hecho aunque no su victoria. El pueblo de la mano de las direcciones estudiantiles y mapuches ha encontrado un camino sin retorno de enfrentamiento al Capital y al estado pinochetista. Los guetos, equivalentes a las villas miserias de Argentina, se han levantado junto a la gran masa estudiantil. El movimiento obrero de la mano de portuarios y estatales continua paralizando el país semana a semana exigiendo una asamblea constituyente. Asambleas populares recorren todo el país abriendo camino a la deliberación popular. Frente a este panorama que debería encender la alarma de todos los revolucionarios del mundo, que debería impulsar un esfuerzo desmedido de todos los partidos obreros de planeta por conquistar su victoria y que debería abrir paso a una de las más importantes deliberaciones revolucionarias nos encontramos con la necedad de aquellos que plantean que en Chile no hay ninguna revolución por el simple hecho de que no hay partidos dirigentes. Una concepción reaccionaria pero, sobre todo, falsa.

Los pueblos no esperan indicaciones para revolucionar la sociedad en las que les toque vivir. Está claro que los partidos forman parte de la conciencia general de las épocas revolucionarias, pero ello está lejos de representar la realidad objetiva que implica el agotamiento de las relaciones sociales de producción. Cuando estas se agotan, la sociedad se vuelve insoportable. Cuando las masas comprenden que deben tomar las riendas del mundo para que la sociedad pueda volver a soportarse entonces las revoluciones estallan por doquier. Los partidos, por su parte, son apenas la expresión conciente de los objetivos comunes que tienen las clases sociales y que por lo general se expresan en programas políticos y reivindicaciones de carácter histórico. Luego, las masas adoptan alguna estructura particular que les dote de un aparato capaz de hacer real su programa. Quienes dicen que no hay revolución sin partido comprenden al partido como un aparato previamente conformado a la decisión conciente de la clase obrera por unificarse en un programa. El partido no es un aparato. El partido ES el programa.

Ahora bien, ese programa, además, está atado a la historia previa y no surge de la nada. En Chile, el movimiento obrero ha atravesado sucesivas etapas de desarrollo. De sus inicios anarquistas y socialistas ha devenido comunista en masa. Casi como en ningún otro país del continente el Partido Comunista chileno y todas sus escisiones forman indudablemente parte de la identidad política y cultural de la clase obrera. Y no se trata sólo del pasado sino del presente. Durante los meses de Enero y Febrero el sindicato portuario dirigido por el Partido Comunista de Acción Proletaria paralizó los mares de Chile enfrentando a los carabineros en lo que será un anuncio de lo que estalló en Octubre. La burocracia que dirige el Partido forma parte de la mayoría de la conducción de la Central Única de Trabajadores y ni hablar del rol que han ocupado las juventudes comunistas en las rebeliones estudiantiles de 2011 y 2012 que transformaron a Camila Vallejos en referente y luego diputada nacional.

La crisis política pondrá en los próximos días el problema del partido a la orden del día. Se hará conciente, sobre todo, la necesidad de ganar al movimiento obrero a paralizar la producción e imponer una derrota decisiva a Piñera. La diferencia entre la asamblea constituyente pactada por los partidos gobernantes y la asamblea constituyente revolucionaria se basa en que la segunda deberá atacar la propiedad privada capitalista e imperialista luchando por la expropiación de los medios de producción y las riquezas naturales chilenas. La revolución rusa de Octubre del ´17 triunfó luego de que la gran masa obrera frenara mediante la huelga general el golpe de Estado del general Kornilov. Al no tener trenes, el ejército fascistas no pudo movilizar sus tropas. El movimiento revolucionario de Chile deberá apostar a ganar al movimiento obrero y allí sin dudas emerge la cuestión del Partido Comunista.

Los mismos partidos trotskistas de Chile que formaron parte de la fundación de la Cuarta Internacional provienen de “Izquierda Comunista”, una de las escisiones por izquierda al partido comunista chileno que reivindicaba la política del tercer período que daba vía libre al fascismo para crecer en todo el mundo. En el año 1958 una rebelión popular del alcance de la actual revolución puso a la orden del día el problema de la insurrección. Ante el rechazo de la dirección comunista que acataba las ordenes de Moscú, un sector combativo del Partido Comunista decidió conformar la “Liga Espartaquista” que luchaba por la ocupación armada de La Moneda. Durante la dictadura de Pinochet, fueron las bases del partido comunista quienes tomaron en sus manos la lucha en la clandestinidad y continuaron imprimiendo su periódico “El Siglo” desde el exhilio y organizando enormes luchas que acabaron en el plebiscito de 1988. En estos momentos, el Partido Comunista se encuentra fuertemente escindido entre tres sectores: el movimiento obrero presionado por sus burocracias dirigentes, tanto que el sindicato de mineros fue el único que aún no tuvo ni un día de huelga, la vanguardia del movimiento estudiantil que forma parte de la primera linea de combate y finalmente sus diputados que han pasado a formar parte de la cocina constituyente que intenta disfrazar lo que denomina “revolución democrática” en un proceso constituyente de salida similar al de Chávez tras el golpe del 2002 en Venezuela. La Constituyente venezolana reivindicada por el foro de San Pablo al que pertenece la dirección del PC Chileno no entregó los recursos naturales a las masas sino que abrió el camino a las inversiones privadas.

El Partido Comunista cuenta con el apoyo de China y Rusia, no en defensa de los reclamos populares, sino como forma de penetración en la política chilena. Rusia, por caso, posee en su poder la mitad de las reservas de litio de Chile. Es evidente que ante una avanzada popular que exija la nacionalización de los recursos naturales y los expropie a los capitales imperialistas o multinacionales, recurrirán a todos los métodos posibles por paralizar al movimiento obrero. Se trata de burocracias que conocen al dedillo el arte de la extorsión al proletariado. La etapa abre un período de enfrentamiento entre el movimiento obrero independiente y sus direcciones atadas a los negocios a costa del pueblo. Tal como hemos mostrado, la historia chilena se encuentra plagada de luchas por recuperar sus partidos o llegado el caso de conformar nuevas organizaciones respetando el mandato histórico que las precede.

En este punto no tenemos más que llamar a los obreros chilenos a retomar la experiencia de la tendencia del Partido Obrero argentino que lucha por la recuperación del partido que se ha transformado en el candidato a dirigir la revolución del Río de la Plata. Se trata de conformar células políticas que se unifiquen bajo un mismo programa de poder. La lucha por la recuperación del Partido Comunista será sólo una lucha transicional en pos de concientizar a la gran masa obrera en la necesidad de recuperar sus organismos. El mismo avance de la revolución determinará si existen condiciones concretas para ello, para la formación de una tendencia combativa que no le pida permiso a la dirección comunista para avanzar o, finalmente, la creación de un nuevo partido obrero que luche por el poder político. Debe existir plena conciencia que el partido de la clase obrera funciona como un organismo de doble poder cerrado a sus oponentes de clase. Intenta transformarse en el canal de organización de todos los oprimidos y de empujar a las clases sociales hacia la dictadura proletaria que elimine lentamente la sociedad de clases.

Como se ve, los tópicos que recorrieron las tradiciones políticas del movimiento obrero del Siglo XX vuelven a emerger con más fuerza que nunca.


Maximiliano Laplagne

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