La
lucha por la revolución socialista es internacional en su contenido
pero nacional en su forma, es decir, la lucha por la revolución
internacional presenta particularidades geográficas de acuerdo a las
tradiciones de lucha de los pueblos. Estas tradiciones forman parte
de la combinación entre las imposiciones sociales de la cultura de
las clases dominantes y los esfuerzos permanentes de las clases
oprimidas por crearse su propia civilización. De aquí que la lucha
por la revolución socialista en la República Argentina debe
combinar la tradición futbolística del proletariado, las doctrinas
combativas del peronismo y todo un infinito resorte de creaciones de
la burguesía nacional por adoctrinar al proletariado. Pero, y este
punto es doblemente decisivo a la hora de la victoria, la clase
obrera crea, a partir del desarrollo de su conciencia histórica, sus
propias organizaciones y partidos.
Maximiliano Laplagne
La
creación de la tendencia del Partido Obrero de la Argentina no parte
del capricho individual de ningún dirigente. Forma, muy al
contrario, parte del mismo desarrollo político de la conciencia
de las masas y se encuentra atado al rechazo masivo de la clase
obrera a los aparatos burocráticos de partidos y sindicatos. Fue la
rebelión popular del año 2001 la que se encargó de poner
definitivamente a los ojos de la gran masa obrera el carácter
reaccionario de la dirección de sus centrales obreras que
abandonaron la calle frente al primer disparo. La misma rebelión
pulverizó la dinámica histórica de los partidos tradicionales de
la burguesía argentina a quienes el pueblo les exigía “que se
vayan todos”. Por otra parte, instaló entre la conciencia popular
la necesidad de dar un paso más allá para alcanzar una victoria
definitiva. A diferencia de lo que sucede actualmente en Chile, las
asambleas populares surgieron en Buenos Aires luego de la revuelta.
Finalmente, y aquí nuestro punto de interés, la rebelión popular
hizo del Partido Obrero una referencia masiva de combate contra el
Estado capitalista al tener la capacidad de organizar al movimiento
de desocupados bajo una orientación clasista, una tarea en la que
han fallado incesantemente partidos obreros en todo el mundo.
Luego
del año 2001 el Partido Obrero se transforma en el candidato a
dirigir la rebelión popular del proletariado argentino. Dada esta
circunstancia, y sin perder de vista los doce años kirchneristas de
intentos del Estado por cooptar a las organizaciones populares de
todo color, no es extraño que las denuncias contra la orientación
burocrática de su dirección hayan estallado al calor de las grandes
rebeliones que recorren el mundo. Estas mismas de rebeliones se han convertido
en revoluciones sociales en las que se juega el futuro de todas las
revoluciones del mundo. La Tendencia internacionalista, clasista,
obrera y combativa que lucha por la recuperación de su partido
defiende como orientación estratégica la lucha por el poder
político comprendiendo que todo el resto de la política debe estar
transicionalmente orientada a este objetivo. De allí que la
tendencia haya levantado como una de sus principales consignas la
convocatoria a una asamblea constituyente que remueva los poderes del
Estado. Se trata de la consigna defendida unánimemente por el
Partido Obrero, y luego por todo el abanico de partidos de izquierda,
frente a la rebelión popular del 2001. Al defender su partido, la
vanguardia obrera defiende las consignas y sus tradiciones históricas
forjadas en la lucha teórica pero sobre todo en las barricadas.
Barricada
o parlamento, este dilema resume posiblemente la crisis de dirección
del proletariado internacional y, también, por supuesto, el de
Chile. Ahora bien, en Chile la revolución ya es un hecho aunque no
su victoria. El pueblo de la mano de las direcciones estudiantiles y
mapuches ha encontrado un camino sin retorno de enfrentamiento al
Capital y al estado pinochetista. Los guetos, equivalentes a las
villas miserias de Argentina, se han levantado junto a la gran masa
estudiantil. El movimiento obrero de la mano de portuarios y
estatales continua paralizando el país semana a semana exigiendo una
asamblea constituyente. Asambleas populares recorren todo el país
abriendo camino a la deliberación popular. Frente a este panorama
que debería encender la alarma de todos los revolucionarios del
mundo, que debería impulsar un esfuerzo desmedido de todos los
partidos obreros de planeta por conquistar su victoria y que debería
abrir paso a una de las más importantes deliberaciones
revolucionarias nos encontramos con la necedad de aquellos que
plantean que en Chile no hay ninguna revolución por el simple hecho
de que no hay partidos dirigentes. Una concepción reaccionaria pero,
sobre todo, falsa.
Los
pueblos no esperan indicaciones para revolucionar la sociedad en las
que les toque vivir. Está claro que los partidos forman parte de la
conciencia general de las épocas revolucionarias, pero ello está
lejos de representar la realidad objetiva que implica el agotamiento
de las relaciones sociales de producción. Cuando estas se agotan, la
sociedad se vuelve insoportable. Cuando las masas comprenden que
deben tomar las riendas del mundo para que la sociedad pueda volver a
soportarse entonces las revoluciones estallan por doquier. Los
partidos, por su parte, son apenas la expresión conciente de los
objetivos comunes que tienen las clases sociales y que por lo general
se expresan en programas políticos y reivindicaciones de carácter
histórico. Luego, las masas adoptan alguna estructura particular que
les dote de un aparato capaz de hacer real su programa. Quienes dicen
que no hay revolución sin partido comprenden al partido como un
aparato previamente conformado a la decisión conciente de la clase
obrera por unificarse en un programa. El partido no es un aparato. El
partido ES el programa.
Ahora
bien, ese programa, además, está atado a la historia previa y no
surge de la nada. En Chile, el movimiento obrero ha atravesado
sucesivas etapas de desarrollo. De sus inicios anarquistas y
socialistas ha devenido comunista en masa. Casi como en ningún otro
país del continente el Partido Comunista chileno y todas sus
escisiones forman indudablemente parte de la identidad política y
cultural de la clase obrera. Y no se trata sólo del pasado
sino del presente. Durante los meses de Enero y Febrero el sindicato
portuario dirigido por el Partido Comunista de Acción Proletaria
paralizó los mares de Chile enfrentando a los carabineros en lo que
será un anuncio de lo que estalló en Octubre. La burocracia que
dirige el Partido forma parte de la mayoría de la conducción de la
Central Única de Trabajadores y ni hablar del rol que han ocupado
las juventudes comunistas en las rebeliones estudiantiles de 2011 y
2012 que transformaron a Camila Vallejos en referente y luego
diputada nacional.
La
crisis política pondrá en los próximos días el problema del
partido a la orden del día. Se hará conciente, sobre todo, la
necesidad de ganar al movimiento obrero a paralizar la producción e
imponer una derrota decisiva a Piñera. La diferencia entre la
asamblea constituyente pactada por los partidos gobernantes y la
asamblea constituyente revolucionaria se basa en que la segunda
deberá atacar la propiedad privada capitalista e imperialista
luchando por la expropiación de los medios de producción y las
riquezas naturales chilenas. La revolución rusa de Octubre del ´17
triunfó luego de que la gran masa obrera frenara mediante la huelga
general el golpe de Estado del general Kornilov. Al no tener trenes,
el ejército fascistas no pudo movilizar sus tropas. El movimiento
revolucionario de Chile deberá apostar a ganar al movimiento obrero
y allí sin dudas emerge la cuestión del Partido Comunista.
Los
mismos partidos trotskistas de Chile que formaron parte de la
fundación de la Cuarta Internacional provienen de “Izquierda
Comunista”, una de las escisiones por izquierda al partido
comunista chileno que reivindicaba la política del tercer período
que daba vía libre al fascismo para crecer en todo el mundo. En el
año 1958 una rebelión popular del alcance de la actual revolución
puso a la orden del día el problema de la insurrección. Ante el
rechazo de la dirección comunista que acataba las ordenes de Moscú,
un sector combativo del Partido Comunista decidió conformar la “Liga
Espartaquista” que luchaba por la ocupación armada de La Moneda.
Durante la dictadura de Pinochet, fueron las bases del partido
comunista quienes tomaron en sus manos la lucha en la clandestinidad
y continuaron imprimiendo su periódico “El Siglo” desde el
exhilio y organizando enormes luchas que acabaron en el plebiscito de
1988. En estos momentos, el Partido Comunista se encuentra
fuertemente escindido entre tres sectores: el movimiento obrero
presionado por sus burocracias dirigentes, tanto que el sindicato de
mineros fue el único que aún no tuvo ni un día de huelga, la
vanguardia del movimiento estudiantil que forma parte de la primera
linea de combate y finalmente sus diputados que han pasado a formar
parte de la cocina constituyente que intenta disfrazar lo que
denomina “revolución democrática” en un proceso constituyente
de salida similar al de Chávez tras el golpe del 2002 en Venezuela.
La Constituyente venezolana reivindicada por el foro de San Pablo al
que pertenece la dirección del PC Chileno no entregó los recursos
naturales a las masas sino que abrió el camino a las inversiones
privadas.
El
Partido Comunista cuenta con el apoyo de China y Rusia, no en defensa
de los reclamos populares, sino como forma de penetración en la
política chilena. Rusia, por caso, posee en su poder la mitad de las
reservas de litio de Chile. Es evidente que ante una avanzada popular
que exija la nacionalización de los recursos naturales y los
expropie a los capitales imperialistas o multinacionales, recurrirán
a todos los métodos posibles por paralizar al movimiento obrero. Se
trata de burocracias que conocen al dedillo el arte de la extorsión
al proletariado. La etapa abre un período de enfrentamiento entre el
movimiento obrero independiente y sus direcciones atadas a los
negocios a costa del pueblo. Tal como hemos mostrado, la historia
chilena se encuentra plagada de luchas por recuperar sus partidos o
llegado el caso de conformar nuevas organizaciones respetando el
mandato histórico que las precede.
En
este punto no tenemos más que llamar a los obreros chilenos a
retomar la experiencia de la tendencia del Partido Obrero argentino
que lucha por la recuperación del partido que se ha transformado en
el candidato a dirigir la revolución del Río de la Plata. Se trata
de conformar células políticas que se unifiquen bajo un mismo
programa de poder. La lucha por la recuperación del Partido
Comunista será sólo una lucha transicional en pos de concientizar a
la gran masa obrera en la necesidad de recuperar sus organismos. El
mismo avance de la revolución determinará si existen condiciones
concretas para ello, para la formación de una tendencia combativa
que no le pida permiso a la dirección comunista para avanzar o,
finalmente, la creación de un nuevo partido obrero que luche por el
poder político. Debe existir plena conciencia que el partido de la
clase obrera funciona como un organismo de doble poder cerrado a sus
oponentes de clase. Intenta transformarse en el canal de organización
de todos los oprimidos y de empujar a las clases sociales hacia la
dictadura proletaria que elimine lentamente la sociedad de clases.
Como
se ve, los tópicos que recorrieron las tradiciones políticas del
movimiento obrero del Siglo XX vuelven a emerger con más fuerza que
nunca.
Maximiliano Laplagne
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