En este texto fundamental del marxismo latinoamericano, de forma clara y distinta, Jorge Altamira teoriza sobre la democracia, el Estado y la dictadura del proletariado sin olvidarse de superar el idealismo hegeliano. Además de poner a la democracia en tiempo y espacio, como ya lo había hecho el filósofo alemán, la coloca en su tiempo histórico. Como toda forma política, la democracia pertenece a un momento determinado de la historia de las sociedades. Altamira desuniversaliza la democracia. La baja del cielo a la Tierra porque “la reivindicación de la democracia como un valor universal no tiene ningún status teórico, es una idea ahistórica, que puede corresponder a una utopía o incluso a fantasías de algunas personas”. Si Hegel entendió la democracia como la expresión de una realidad absoluta que se despliega en el tiempo, para Altamira no está permitido hablar de ideas absolutas. Lo sólido, digamos, se desvanece en el aire.
El fundador del Partido Obrero tampoco se olvida de Immanuel Kant. La herencia moral del ilustrado alemán aún pervive en quienes comprenden las reivindicaciones de los oprimidos como meros reclamos en el plano del derecho civil individual. El campesino brasileño, dice Altamira, reclama sus tierras como una reivindicación de clase, situación a la que fue empujado por la expropiación latifundista de la oligarquía carioca. Creer que el campesino aspira a sus tierras por mero imperativo moral subjetivo es una vuelta al kantismo para quien la suma del derecho político corresponde a la suma de individualidades que respetan un mandato moral impuesto por “la humanidad”. Ya Hegel había rechazado el imperativo categórico por su carácter abstracto y contradictorio. Altamira, en consonancia con las críticas de Marx a Hegel, supera en términos de clase a Hegel. Un derecho civil es un derecho de clase, incluso en aquellos estados donde no existen derechos civiles. Una democracia no es una suma de individualidades cuya voluntad forma un gobierno, sino una forma de gobierno concreta, de un momento de la historia, emanada de la dictadura que la minoría impone a la mayoría. Pero ese es ya nuestro próximo punto.
Siguiendo los primeros escritos de Marx, afirma Altamira: “El dominio de la sociedad civil significa el dominio del interés particular, y como esa sociedad civil no es otra cosa que la expresión jurídica de las relaciones económicas capitalistas, consagra la hegemonía del capital y la explotación del trabajo por el capitalista”. Invoca luego la Crítica al Programa de Gotha, texto en el que Marx rechaza el giro populista que los lasallistas le impondrían a la socialdemocracia alemana. Allí ya no se trata sólo de rechazar la democracia como concepto universal, sino su misma puesta en práctica. Es imposible el “Estado del pueblo entero” porque la estructura que adopta el “pueblo-todo” no es más que la hegemonía del interés particular burgués sobre el resto del pueblo. Sobre el resto de las clases sociales, para ser más claros. De esta forma, Altamira recupera el objetivo central del marxismo para con los partidos obreros: superar la democracia burguesa mediante la dictadura proletaria. Valen allí las reivindicaciones al Octubre ruso y la comuna parisina. Lo importante en el plano táctico de la discusión: rechazar de forma teórica y concreta la reivindicación morenista, en Argentina, de la “revolución democrática”. Si en los países imperialistas la democracia universal es una utopía, en los países atrasados como el nuestro se trata ya de una contradicción en términos. Desde Lenin, imperialismo se opone a democracia. Los troskistas que pujaban por la revolución democrática en Francia olvidan la masacre del Estado francés sobre los pueblo de África. En la etapa imperialista, la contrarrevolución – y por ende el saqueo, la guerra y la miseria - se visten de democracia para el mundo globalizado. Cuando los gobiernos argentinos, brasileños y uruguayos devastaron Paraguay asesinando a la mitad de su población, emergió la democracia paraguaya.
Finalmente. El derecho individual no emana de la democracia sino de la soberanía popular. En los soviets rusos la producción del derecho de leyes, afirma Altamira, está subordinada a la voluntad mayoritaria. En esa medida se trata del tránsito de una sociedad donde el derecho gradualmente deja de existir y se extingue, por ende, el Estado. Obsérvese lo maravilloso de la dialéctica: del derecho individual surge su negación, porque la plena conquista del derecho de los individuos lleva a una sociedad donde el derecho deja de existir. A diferencia de la “democracia para todos” que existe sólo como una utopía, los gobiernos soberanos de las clases oprimidas existen como tendencia. Soviets en Rusia, asamblea popular en Bolivia. Frente a la acuciante crisis del capital que somete a los oprimidos a la miseria, Jorge Altamira enseña a preparar a las masas a la lucha por el poder soberano de la clase que crea la riqueza con su trabajo. En la Argentina de las coordinadoras fabriles del 75 y la asamblea nacional de trabajadores del 2001, la clase obrera tiene condiciones para constituir de forma asamblearia su propio gobierno.
Maximiliano Laplagne
Maximiliano Laplagne
18 de septiembre de 2018 (publicado en Facebook)
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