Una
de las tareas históricas que el proletariado deberá llevar a cabo
es la crítica radical de la religión. Bajo el manto celestial, las
clases opresoras de todos los tiempos han escondido sus armas de
guerra. El Destino que predeterminaba la esclavitud del extranjero
capturado, la servidumbre que obligaba al Hombre a trabajar la
tierra para no pecar y hasta el dinero elevado al grado de lo sagrado
para esconderle la realidad del valor a los hombres que comenzaban a
descubrir que la verdad de la riqueza se encontraba en el trabajo que
le habían hecho creer que realizaba por naturaleza.
La
crítica de la religión no es sólo la crítica a las escrituras,
sino a la religiosidad que impera en el mundo y que transforma
objetos concretos en supersticiones sobre las que se depositan las
ilusiones de los hombres. La crítica de la religión es la crítica
de las ilusiones.
Uno
de los fenómenos políticos que han creado las revoluciones
burguesas son los parlamentos. De inclaudicable valor progresivo para
la sociedad como lo fueron en la incipiente Holanda que se liberaba
del colonialismo español, la burguesía transformó sus parlamentos
en los estandartes de la guerra imperialista. A la vez que el mundo
burgués desarrollaba la contradicciones internas de la acumulación
capitalista, su misma sociedad entraba en contradicción. La
democracia que había elevado como valor universal daba paso al
despotismo de regímenes enteros que masacraban en nombre de la
democracia. Como las cruzadas en nombre del dios todopoderoso, las
ilusiones democráticas fueron las palancas de genocidios en todo el
mundo. Los campos de concentración de guantánamo expresan los
valores universales de la democrática casa blanca.
Quizá
la victoria más importante de la burguesía haya sido lograr imponer
su teoría de la democracia universal dirigida por la minoría en
sectores masivos de la clase obrera. Bajo las ilusiones de la
democracia de una clase industrial que nunca tomó en sus manos las
tareas revolucionarias que le correspondían, la socialdemocracia
alemana apoyó primero los créditos de guerra y luego se hizo de las
instituciones de la democracia para aplastar al proletariado
insurrecto. Bajo la misma égida, la izquierda inglesa apoyó a su
reina en la guerra de Malvinas. La filosofía de una democracia
universal y todopoderosa son la expresión de una clase social que se
impone como universal y todopoderosa. De esta forma, la guerra
contra las supersticiones religiosas es la guerra contra la sociedad
que crea las supersticiones.
Esta
batalla filosófica ha tenido a lo largo de la historia infinitos
combates. Desde la elevación de la razón contra la mitología en la
antigua Grecia hasta la imposición de la subjetividad en René
Descartes. Pienso, luego existo, revestía el llamado al ser humano a
pensarse a sí mismo antes de creer en una realidad impuesta por la
escolástica medieval. La idea de que el pensamiento puede crear
realidad abstraído del mundo objetivo fue refutada primero por Kant
y más tarde por Hegel que sumaron al yo cartesiano la realidad
concreta que envuelve al mundo. El materialismo fue incluso más
lejos y unifico las ideas con la experiencia para que un tiempo
después el materialismo dialéctico tome al sujeto cartesiano, le
sume las categorías de la realidad y lo aleje del análisis de un
mundo que nunca llegaría a pensar en su totalidad para llevarlo a la
creación del propio pensamiento pero, sobre todo, de su propio
mundo. La práxis.
En
la Argentina, el enfrentamiento contra la filosofía religiosa tuvo
también combates cruciales. La filosofía hegeliana llegó a la
Argentina en forma de romanticismo idealista y se expresó primero en
la literatura y luego en la política. La enseñanza católica
impuesta por la colonia española perdió en manos del liberalismo
sus bases sustanciales y el tomismo que hacía de la idea de Dios la
creadora del desarrollo histórico fue reemplazado por la idea
asbtracta creada por el hombre. De esta forma las bases del derecho
de Alberdi describen la forma en que las ideas de los hombres se
desenvuelven hasta adquirir matices políticos concretos. El Estado
argentino se transformaba en la creación de las ideas de los
argentinos. Si Juan Bautista hubiese comprendido que la humanidad no
es una abstracción, sino la creación política de las clases
sociales, hubiese dado en el clavo del asunto. Pero era evidente que
a nuestra filosofía aún le faltaban años de recorrido.
La
revolución de Octubre de 1917 destruye todo el crédito del
romanticismo. Aquel pensamiento que parecía tan sólido y que había
empujado a la gloriosa nación argentina a devastar al Estado
paraguayo y a conquistar el Desierto se desenmascaraba como la
dirección de una clase social que no toma el desarrollo de las ideas
del mundo sino que hace de las suyas las ideas de todo el resto. Se
había expresado esto en el surgimiento de los primeros partidos
obreros que, aún a pesar de reclamar participación en la
democracia, se colocaban como representantes de una clase social, la
única capaz de representar los intereses universales. El partido
socialista e incluso la FORA y los sindicatos anarquistas depositan
ilusiones en la democracia pero comprendiendo la necesidad de
descreer de las ideas de las clases opresoras y tomar en sus manos no
sólo el legado teórico del proletariado sino el llamado a la
acción. De esta forma los genes del marxismo en argentino son el
impulso para las grandes huelgas del centenario, la huelga de
inquilinos y la reforma universitaria de 1918 que golpea de lleno el
poder clerical. Obsérvese como lo que antes era la lucha de las
ideas románticas contra el conservadurismo se transforma en el
frente único del romanticismo y la acción directa contra el
despotismo religioso.
La
reforma del dieciocho, no abstraída sino en el contexto del octubre
ruso, da paso a un nuevo formato a la filosofía. La democracia ya no
era una idea abstracta sino el resultado de la acción directa. Se
lanza a los frailes desde el techo, se ocupan universidades, se toman
fábricas y se ocupan ciudades. El populacho que en 1810 había sido
empujado a los ideales de la libertad se despoja de las ideas y hace
valer la verdadera libertad de acción.
La
democracia burguesa se transforma de esta manera en un campo de
batalla. De un lado la burguesía requiere de ella para ilusionar a
las masas sobre su participación en la vida cívica y de otro lado
se transforma en la condición política para la propaganda y la
agitación revolucionaria. Lo que era una imposición de la burguesía
se termina transformando en una concesión a las masas. La filosofía
del derecho especulativo se transforma en lo material de la
dialéctica en la cual clases sociales antagónicas chocan a la vez
que conviven.
Los
hombres luchan por su libertad, lo hicieron y lo harán a cualquier
precio. Pero la libertad no debe ser entendida como la posibilidad de
la adhesión a determinadas ideas sino como la posibilidad concreta
de crear nuestras ideas. Pero las ideas no son especulaciones
formales de nuestra razón. Volver a esta visión sería un retroceso
ancestral de nuestro pensamiento. Las ideas son la creación del
desarrollo vivo de la historia puestas en una nueva perspectiva y
como tal son la conclusión de la acción. No se crean ideas sin
actuar porque las ideas son la acción.
No
basta, dice Marx, llamar en la teoría a la acción, sino que es
necesario que la acción se acerque a la teoría.
El
proletariado mundial hoy recorre dos grandes tendencias: la de los
idealistas y la de la práxis. EL idealismo plantea la existencia de
las instituciones sociales como parte de un desarrollo histórico que
debe ser defendido y llama de esta manera a sumarse al desarrollo de
las viejas ideas. Convoca de esta manera a nuestra clase social a la
participación en la vida burguesa y piensa que sumándose en ella
universalizará las instituciones de la democracia. Se trata de un
idealismo antiguo, ajeno a la dialéctica que comprende el desarrollo
como conclusión de las negaciones. Esta es, sí, la visión de la
práxis que toma en sus manos las ideas a los que los empujó la
historia y comprende que, para desarrollarlas, las nuevas ideas deben
contraponerse a las viejas mediante la negación. Y como, en
definitiva, las ideas de los hombres son en realidad las ideas de las
sociedades de los hombres, la práxis toma en sus manos la negación
de la vieja sociedad que, por supuesto, no puede ser negada mediante
las ideas sino mediante la acción directa. Esto sucede por múltiples
variantes pero sobre todo porque hemos llegado a un estado de la
sociedad en que las nuevas ideas deben ser cerradas a las grandes
masas si los regímenes del mundo pretenden continuar en el poder y
no iniciar verdaderas revoluciones que democraticen las ideas, el
poder y los medios de producción. De esta forma el pueblo chileno se
hace cargo de imponer sus ideas. Otra clarísima expresión de este
estado de la cuestión es la contraposición entre los negros yankees
que enfrentan al FBI y los voceros socialdemócratas que pretenden
ponerse a la cabeza del FBI.
Como
se ve, la lucha contra el parlamentarismo burgués que impera en la
izquierda mundial es parte de la lucha histórica de la humanidad por
suprimir los poderes celestiales que la oprimen. Ni una milésima de
aceptación se les debe ser concedida.
Maximiliano Laplagne
Comentarios
Publicar un comentario