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CUARENTENA Y REVOLUCIÓN

La propagación mundial del coronavirus plantea para los obreros desafíos decisivos para su vida actual y su futuro inmediato. De la orientación política que tomen las masas trabajadoras frente a la pandemia podrán surgir derrotas históricas que lleven a masacres nunca antes vistas o bien al impulso decisivo que plantee condiciones revolucionarias para abolir la explotación capitalista. La vanguardia proletaria debe disciplinarse en sus mensajes como quien camina en una soga en el vacío. Cualquier error en la influencia en las masas se puede pagar muy caro.

Desde esta perspectiva urge repudiar el infantilismo izquierdista. En respuesta a la oposición de izquierda del PO, La izquierda Diario ha pasado a dar otra muestra de que el marketing digital por conquistar mayor cantidad de lectores puede transformarse en el puntapié de los desvaríos políticos. Con una nota repleta de datos copiados de otros medios digitales a los que el lector podría acceder por su cuenta, Christian Castillo se suma a las críticas de Prensa Obrera contra una nota que bautizan como escrita por Jorge Altamira (de reconocer prosas ni hablemos). Los usurpadores de las listas del Frente de Izquierda, que en medio de una de las crisis políticas más agudas de la historia Argentina rechazaron una campaña de acción masiva para echar al presidente Macri y convocar a una asamblea constituyente, toman nota en medio de la cuarentena más grande a la que haya asistido alguna vez la humanidad del estado de rebelión popular que recorre a la Argentina y se indignan porque quienes sí luchamos hasta las últimas consecuencias por la rebelión popular en los últimos dos años ahora alertamos sobre la irresponsabilidad izquierdista de incentivar rebeliones populares que pueden acarrear a verdaderas masacres obreras.

Pero rebelión popular, debe decirse, no es significado de revolución. La peste se ha expandido en nuestro continente en medio de uno de los mayores procesos revolucionarios de su historia que han planteado de forma concreta tareas históricas como la independencia definitiva de Puerto Rico o la abolición del régimen pinochetista en Chile. La pandemia obliga a las masas a recluirse en su hogar: ¿significa esto el fin de la revolución? No.

La revolución latinoamericana no se ha suspendido. Aquellos que no movieron un pelo por contagiarla en nuestro país desarrollan un ejercicio de su pensamiento tan estructurado que les resulta imposible comprender que lo que se ha modificado de raíz son las tareas inmediatas de la revolución que hoy día requieren de una disciplina obrera inédita en la historia para que los obreros no muramos masivamente como consecuencia de la brutal crisis sanitaria a la que nos ha empujado el capital. Le resulta imposible a quien mira los eventos políticos con esquemas y no con la dialéctica del día a día comprender que la misma imposición de la cuarentena es por sí misma una señal de la rebelión popular que recorre nuestro país contra la explotación del capital. Lo mismo se aplica en una escala mucho más extensa al pueblo chino que amparado en las antiguas conquistas científicas y medicinales de sus obreros y campesinos parece lentamente erradicar la expansión del virus. Incluso en estado de cuarentena las masas experimentan, sacan conclusiones y evolucionan de forma revolucionaria.

Estos mismos izquierdistas que llaman a los obreros a contagiarse movilizándose sin una estrategia concreta se encargan de difundir entre las masas la concepción de que todas las democracias de nuestro país se encuentran en un viraje hacia regímenes “bonapartistas” ¡Qué novedad! Cómo si a esta altura del desarrollo de la historia fuesen posibles en nuestro continente gobiernos nacionales que no arbitren entre el proletariado y el capital financiero ¿A qué gobierno latinoamericano de los últimos cincuenta años no se le aplicaría el mote abstracto de bonapartista? Pero, y aquí la cuestión, seis meses después de la revolución más imponente de la historia chilena, nuestros falsos izquierdistas utilizan la etiqueta de “bonapartista” porque no tienen el valor para describir con claridad las conclusiones que se derivan de sus análisis políticos. Según Castillo y Juan García – autor de la crítica de Prensa Obrera – el bonapartismo hacia el que gira nuestro país se define por la supuesta unidad nacional conquistada por la burguesía, que pasaría a estar digitada por la supremacía de Alberto Fernández y a su vez, como consecuencia de ello, la imposición gradual de un régimen de excepción expresado en la utilización de las fuerzas armadas para la asistencia social y las arbitrariedades policiales que se derivan de la cuarentena. En términos estrictos del lenguaje marxista, siguiendo a nuestros izquierdistas, deberíamos decir que la Argentina gira a un régimen fascista pues la unidad nacional en un país como el nuestro no puede ser más que el servicio prestado al capital internacional. Esto al menos que, claro, Prensa Obrera haya pasado a considerar la posiblidad de una revolución nacional de la burguesía contra el imperialismo. Pero los oportunistas por lo general ignoran las conclusiones que se derivan de sus hipótesis.

La realidad es que para llegar a esta conclusión es necesario abstraer las noticias de los medios oficiales desde que arrancó la cuarentena de todos los eventos políticos que se hayan suscitado ya no sólo en el último año sino en la última década. La misma derrota electoral de Macri fue un golpe de lleno de los planes de Trump en América Latina que tampoco reunió jamás condiciones políticas para derrotar definitivamente al régimen de Maduro en Venezuela y mucho menos aplastar o cooptar la revolución en Puerto Rico, su patio trasero. Hoy día hasta el propio Trump podría caer antes de las elecciones frente a la catastrofe que asola a los Estados Unidos. En Bolivia, incluso ante su propia claudicación, todas las encuestas indican que en caso de haber elecciones volvería a ganar el MAS. En Ecuador, los planes del FMI generaron una de las revueltas más grandes de su historia. Un sector de la burguesía brasilera debió conceder con la libertad de Lula como método de contención popular y hoy estallan cacerolazos masivos contra Bolsonaro en todo el país.

No existen indicios políticos en ningún país de América para dar sustento a las afirmaciones de Prensa Obrera y La Izquierda diario. Que Alberto Fernández arbitre entre un frente de gobierno que intenta reunir intereses divergentes de la burguesía no significa ni de cerca unidad nacional. Deberían saber estos falsos teóricos del marxismo que divagan utilizando conceptos ambiguos que en sí misma la unidad nacional de la burguesía argentina es un imposible que no lo ha logrado ni la revolución de 1890, momento en que la burguesía nacional aún podía haber orientado su política hacia la independencia social y económica del imperialismo. Ya allí el frente de unidad nacional que encabezó el levantamiento antimperialista tardó menos de veinticuatro horas en dividirse entre los defensores del libre comercio marítimo con Inglaterra y las oligarquías provinciales. Hoy mismo la burguesía de nuestro país se encuentra atravesada por intereses absolutamente diversos que en la mayoría de los casos no dependen ni de ellos mismos sino de la orientación que adquiera el capital financiero. Los eventuales choques entre Techint y la UIA son expresiones nacionales de la guerra comercial, la misma que divide a las provincias y hasta a los municipios de nuestro país. Contrariamente a lo que insinúa Juan García, la crisis del capital resquebraja a la burguesía a partir de la monopolización financiera.

La posición de Castillo y García sobre la tendencia a una unidad nacional de la burguesía en alianza con las fuerzas armadas refiere a una clásica estrategia de los oportunistas aficionados a los procesos electorales que gritan a los cuatro vientos consignas de supuesta combatividad pero no tienen claro las perspectivas del combate. Si, como se concluye de sus posiciones, Argentina se dirige hacia un régimen de excepción ¿cómo es que sus periódicos, en vez de llamar a la guerra civil a muerte contra un golpe de estado, prefiere convocar a que se reúna el parlamento? Parecería que no sólo aducen la tendencia a la unidad nacional sino que buscan un recoveco por el que meterse. Varios sucesos parlamentarios ya habían mostrado esta tendencia.

Pero no, Argentina no marcha hacia un regimen de excepción. Argentina es hoy todavía las jornadas de diciembre que apuntalaron las rebeliones populares del Conurbano en el 2018, es la derrota electoral del imperialismo, es la Ciudad de Buenos Aires de los residentes insurrectos que hoy se organizan en asambleas para enfrentar la crisis sanitaria. En vez de tomar esto como punto de partida y pujar por la mejor forma en que los obreros podamos organizarnos para darle continuidad a la Revolución La Izquierda Diario llama a las masas a movilizarse sin un programa, sin una estrategia y sin la claridad política que indique los objetivos concretos por los que sea valioso salir a la calle para contagiarse. Esta posición es un veneno para la clase obrera.

La Izquierda Diario y Prensa Obrera han abandonado para todos sus análisis los elementos fundamentales del leninismo. Según leemos allí los obreros deberíamos repudiar la coacción estatal que el gobierno aplica con el objetivo de no saturar los hospitales, es decir, que deberíamos repudiar lo que nosotros mismos haríamos en esta situación. Por su puesto que denunciamos el estado de debacle a la que el capital, kirchneristas y macristas han llevado nuestra salud pública y también denunciamos las coimas, corrupción y abusos de poder de la policía pero eso no elimina lo concreto de la situación. Defendemos la cuarentena y exigimos su continuidad porque de ella depende la vida de miles de obreros. De hecho el fenómeno magistral que recorre a nuestro continente es la comprensión absoluta de las masas de que deberán imponer por su fuerza la verdadera cuarentena. Allí el ejemplo de la insurrección en Chiloé. La deliberación que se ha abierto en fábricas, hospitales y escuelas para imponerle la cuarentena al capital expresa las convulsiones revolucionarias que se desatarán en nuestro país y que plantean el tránsito hacia un gobierno de trabajadores. 

Como Juan García tiene en claro este proceso pero parecería asustarlo, justamente prefiere omitirlo y referirse a la tendencia bonapartista. Sin esta referencia teórica estéril García debería admitir que la iniciativa de imponer una estrategia política para salir de la crisis hoy se encuentra en manos de la clase obrera, refutando la tesis central en la que se avaló para abolir los derechos estatutarios de mil ciento cincuenta y tres obreros de su partido.

Hay otro punto que no debe ser dejado de lado. Cuando García se acerca a la realidad de la situación comprendiendo que el debate sobre la coacción estatal es un debate sobre el tránsito al gobierno obrero otra vez desvaría y de un plumazo no tiene ningún inconveniente en refutar las cien páginas de El Estado y la Revolución al afirmar que DESDE SU COMIENZO el hipotético estado obrero a imponer en nuestro país dejaría de ser un estado ¡Cuántos años de teoría marxista contra el anarquismo tirados a la basura! Pero ojo, tengamos en claro que García de anarquista no tiene ni un pelo. Lo suyo se llama oportunismo y un poco de ignorancia.

El error crucial de García en este caso es confundir al Estado con el aparato del Estado (de la misma forma que ha confundido al Partido Obrero con el aparato del Partido Obrero del que cree poder expulsar miembros). Como bien se sabe, el Estado no es un objeto tangible con el que yo decido lo que hacer porque el Estado es la expresión histórica del desarrollo de las sociedades, y como la historia de las sociedades es la lucha de clases, el Estado es la expresión histórica de la lucha de clases. Las contradicciones insuperables de la sociedad obligan a las clases sociales opresoras a colocarse por encima del resto de la sociedad, pero esto no es fruto de un capricho, sino de las mismas leyes de la historia. Hay Estado porque hay clases sociales, por ende – y esta es la conclusión fundamental de Lenin – el Estado será abolido cuando sean abolidas las clases sociales. Pero, ¿la revolución socialista puede abolir ese Estado de la noche a la mañana? ¡Claro que no! Lo que si puede hacer, claro, es destruir todas sus instituciones, sus bancos, sus milicias y su burocracia mediante leyes de transición hacia la abolición de las clases sociales, como lo fueron los cargos revocables y los salarios obreros a los funcionarios de la comuna parisina. Los obreros crean allí su estado propio para derrotar políticamente a la reacción y preparar las condiciones para el comunismo. La palanca del Estado Obrero prepara él mismo las condiciones para abolir gradualmente las clases sociales y, por ende, al Estado.

Rechazar que un gobierno obrero deba imponer la coacción estatal cuando asuma el poder es burlarse no sólo de la historia real de la clase obrera que debió imponerle una nueva forma de vida superadora a millones de campesinos rusos sino también a los movimientos revolucionarios que se expanden por nuestro continente. Un caso paradigmático son las brigadas antifascistas de Valparaíso que han tomado en sus manos la lucha contra el narcotráfico y se dedican a investigar y perseguir a quienes contaminan con sustancias a la población, situación que los ha llevado a expulsar no sólo a criminales sino, sobre todo, a jefes policiales de toda la provincia. Por si acaso ¿no es una ley de coacción estatal la prohibición del consumo de alcohol en la Unión Soviética? En fin, como estudió meticulosamente Hegel, y luego corroboró Marx en sus críticas, el surgimiento de toda sociedad posee el germen de la punición pues la asociación de hombres individuales en un órgano colectivo – como la Unión Soviética incluso – se basa en la entrega al colectivo de derechos individuales, razón por la que es impensable un sistema de derechos no normativo. En fin, lo que modifica el carácter de las normas es su orientación social y un estado obrero, claro, puja por normas para elevar la calidad de vida de las masas y realizar plenamente la individualidad de los sujetos. Esto es: hoy pujamos para garantizar la cuarentena.

Los obreros debemos ser muy serios en estas apreciaciones. Luchar por la cuarentena no significa abandonar la revolución sino todo lo contrario, llevarla a su plano concreto. En este mismo proceso elevamos las reivindicaciones particulares que hagan a cada lugar en el que nos toca intervenir a la vez que somos severos con quienes nos empujan a callejones sin salida. 


Maximiliano Laplagne

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