La
propagación mundial del coronavirus plantea para los obreros
desafíos decisivos para su vida actual y su futuro inmediato. De la
orientación política que tomen las masas trabajadoras frente a la
pandemia podrán surgir derrotas históricas que lleven a masacres
nunca antes vistas o bien al impulso decisivo que plantee condiciones
revolucionarias para abolir la explotación capitalista. La
vanguardia proletaria debe disciplinarse en sus mensajes como quien
camina en una soga en el vacío. Cualquier error en la influencia en
las masas se puede pagar muy caro.
Maximiliano Laplagne
Desde
esta perspectiva urge repudiar el infantilismo izquierdista. En
respuesta a la oposición de izquierda del PO, La izquierda
Diario ha pasado a dar otra muestra de que el marketing digital
por conquistar mayor cantidad de lectores puede transformarse en el
puntapié de los desvaríos políticos. Con una nota repleta de datos
copiados de otros medios digitales a los que el lector podría
acceder por su cuenta, Christian Castillo se suma a las críticas de
Prensa Obrera contra una nota que bautizan como escrita por Jorge
Altamira (de reconocer prosas ni hablemos). Los usurpadores de las
listas del Frente de Izquierda, que en medio de una de las crisis
políticas más agudas de la historia Argentina rechazaron una
campaña de acción masiva para echar al presidente Macri y convocar
a una asamblea constituyente, toman nota en medio de la cuarentena
más grande a la que haya asistido alguna vez la humanidad del estado
de rebelión popular que recorre a la Argentina y se indignan porque
quienes sí luchamos hasta las últimas consecuencias por la rebelión
popular en los últimos dos años ahora alertamos sobre la
irresponsabilidad izquierdista de incentivar rebeliones populares que
pueden acarrear a verdaderas masacres obreras.
Pero
rebelión popular, debe decirse, no es significado de revolución. La
peste se ha expandido en nuestro continente en medio de uno de los
mayores procesos revolucionarios de su historia que han planteado de
forma concreta tareas históricas como la independencia definitiva de
Puerto Rico o la abolición del régimen pinochetista en
Chile. La pandemia obliga a las masas a recluirse en su hogar:
¿significa esto el fin de la revolución? No.
La
revolución latinoamericana no se ha suspendido. Aquellos que no
movieron un pelo por contagiarla en nuestro país desarrollan un
ejercicio de su pensamiento tan estructurado que les resulta
imposible comprender que lo que se ha modificado de raíz son las
tareas inmediatas de la revolución que hoy día requieren de una
disciplina obrera inédita en la historia para que los obreros no
muramos masivamente como consecuencia de la brutal crisis sanitaria a
la que nos ha empujado el capital. Le resulta imposible a quien mira
los eventos políticos con esquemas y no con la dialéctica del día
a día comprender que la misma imposición de la cuarentena es por sí
misma una señal de la rebelión popular que recorre nuestro país
contra la explotación del capital. Lo mismo se aplica en una escala
mucho más extensa al pueblo chino que amparado en las antiguas
conquistas científicas y medicinales de sus obreros y campesinos
parece lentamente erradicar la expansión del virus. Incluso en
estado de cuarentena las masas experimentan, sacan conclusiones y
evolucionan de forma revolucionaria.
Estos
mismos izquierdistas que llaman a los obreros a contagiarse
movilizándose sin una estrategia concreta se encargan de difundir
entre las masas la concepción de que todas las democracias de
nuestro país se encuentran en un viraje hacia regímenes
“bonapartistas” ¡Qué novedad! Cómo si a esta altura del
desarrollo de la historia fuesen posibles en nuestro continente
gobiernos nacionales que no arbitren entre el proletariado y el
capital financiero ¿A qué gobierno latinoamericano de los últimos
cincuenta años no se le aplicaría el mote abstracto de
bonapartista? Pero, y aquí la cuestión, seis meses después de la
revolución más imponente de la historia chilena, nuestros falsos
izquierdistas utilizan la etiqueta de “bonapartista” porque no
tienen el valor para describir con claridad las conclusiones que se
derivan de sus análisis políticos. Según Castillo y Juan García –
autor de la crítica de Prensa Obrera – el bonapartismo hacia el
que gira nuestro país se define por la supuesta unidad nacional
conquistada por la burguesía, que pasaría a estar digitada por la
supremacía de Alberto Fernández y a su vez, como consecuencia de
ello, la imposición gradual de un régimen de excepción expresado
en la utilización de las fuerzas armadas para la asistencia social y
las arbitrariedades policiales que se derivan de la cuarentena. En
términos estrictos del lenguaje marxista, siguiendo a nuestros
izquierdistas, deberíamos decir que la Argentina gira a un régimen
fascista pues la unidad nacional en un país como el nuestro no puede
ser más que el servicio prestado al capital internacional. Esto al
menos que, claro, Prensa Obrera haya pasado a considerar la
posiblidad de una revolución nacional de la burguesía contra el
imperialismo. Pero los oportunistas por lo general ignoran las
conclusiones que se derivan de sus hipótesis.
La
realidad es que para llegar a esta conclusión es necesario abstraer
las noticias de los medios oficiales desde que arrancó la cuarentena
de todos los eventos políticos que se hayan suscitado ya no sólo en
el último año sino en la última década. La misma derrota
electoral de Macri fue un golpe de lleno de los planes de Trump en
América Latina que tampoco reunió jamás condiciones políticas
para derrotar definitivamente al régimen de Maduro en Venezuela y
mucho menos aplastar o cooptar la revolución en Puerto Rico, su
patio trasero. Hoy día hasta el propio Trump podría caer antes de
las elecciones frente a la catastrofe que asola a los Estados Unidos.
En Bolivia, incluso ante su propia claudicación, todas las encuestas
indican que en caso de haber elecciones volvería a ganar el MAS. En
Ecuador, los planes del FMI generaron una de las revueltas más
grandes de su historia. Un sector de la burguesía brasilera debió
conceder con la libertad de Lula como método de contención popular
y hoy estallan cacerolazos masivos contra Bolsonaro en todo el país.
No
existen indicios políticos en ningún país de América para dar
sustento a las afirmaciones de Prensa Obrera y La Izquierda diario.
Que Alberto Fernández arbitre entre un frente de gobierno que
intenta reunir intereses divergentes de la burguesía no significa ni
de cerca unidad nacional. Deberían saber estos falsos teóricos del
marxismo que divagan utilizando conceptos ambiguos que en sí misma
la unidad nacional de la burguesía argentina es un imposible que no
lo ha logrado ni la revolución de 1890, momento en que la burguesía
nacional aún podía haber orientado su política hacia la
independencia social y económica del imperialismo. Ya allí el
frente de unidad nacional que encabezó el levantamiento
antimperialista tardó menos de veinticuatro horas en dividirse entre
los defensores del libre comercio marítimo con Inglaterra y las
oligarquías provinciales. Hoy mismo la burguesía de nuestro país
se encuentra atravesada por intereses absolutamente diversos que en
la mayoría de los casos no dependen ni de ellos mismos sino de la
orientación que adquiera el capital financiero. Los eventuales
choques entre Techint y la UIA son expresiones nacionales de la
guerra comercial, la misma que divide a las provincias y hasta a los
municipios de nuestro país. Contrariamente a lo que insinúa Juan
García, la crisis del capital resquebraja a la burguesía a partir de
la monopolización financiera.
La
posición de Castillo y García sobre la tendencia a una unidad
nacional de la burguesía en alianza con las fuerzas armadas refiere
a una clásica estrategia de los oportunistas aficionados a los
procesos electorales que gritan a los cuatro vientos consignas de
supuesta combatividad pero no tienen claro las perspectivas del
combate. Si, como se concluye de sus posiciones, Argentina se dirige
hacia un régimen de excepción ¿cómo es que sus periódicos, en
vez de llamar a la guerra civil a muerte contra un golpe de estado,
prefiere convocar a que se reúna el parlamento? Parecería que no
sólo aducen la tendencia a la unidad nacional sino que buscan un
recoveco por el que meterse. Varios sucesos parlamentarios ya habían
mostrado esta tendencia.
Pero
no, Argentina no marcha hacia un regimen de excepción. Argentina es
hoy todavía las jornadas de diciembre que apuntalaron las rebeliones
populares del Conurbano en el 2018, es la derrota electoral del
imperialismo, es la Ciudad de Buenos Aires de los residentes
insurrectos que hoy se organizan en asambleas para enfrentar la
crisis sanitaria. En vez de tomar esto como punto de partida y pujar
por la mejor forma en que los obreros podamos organizarnos para darle
continuidad a la Revolución La Izquierda Diario llama a las masas a movilizarse sin
un programa, sin una estrategia y sin la claridad política que
indique los objetivos concretos por los que sea valioso salir a la
calle para contagiarse. Esta posición es un veneno para la clase
obrera.
La
Izquierda Diario y Prensa Obrera han abandonado para todos sus
análisis los elementos fundamentales del leninismo. Según leemos
allí los obreros deberíamos repudiar la coacción estatal que el
gobierno aplica con el objetivo de no saturar los hospitales, es
decir, que deberíamos repudiar lo que nosotros mismos haríamos en
esta situación. Por su puesto que denunciamos el estado de debacle a
la que el capital, kirchneristas y macristas han llevado nuestra
salud pública y también denunciamos las coimas, corrupción y
abusos de poder de la policía pero eso no elimina lo concreto de la
situación. Defendemos la cuarentena y exigimos su continuidad porque
de ella depende la vida de miles de obreros. De hecho el fenómeno
magistral que recorre a nuestro continente es la comprensión
absoluta de las masas de que deberán imponer por su fuerza la
verdadera cuarentena. Allí el ejemplo de la insurrección en Chiloé.
La deliberación que se ha abierto en fábricas, hospitales y
escuelas para imponerle la cuarentena al capital expresa las
convulsiones revolucionarias que se desatarán en nuestro país y que
plantean el tránsito hacia un gobierno de trabajadores.
Como
Juan García tiene en claro este proceso pero parecería asustarlo,
justamente prefiere omitirlo y referirse a la tendencia bonapartista.
Sin esta referencia teórica estéril García debería admitir que la
iniciativa de imponer una estrategia política para salir de la
crisis hoy se encuentra en manos de la clase obrera, refutando la
tesis central en la que se avaló para abolir los derechos
estatutarios de mil ciento cincuenta y tres obreros de su partido.
Hay
otro punto que no debe ser dejado de lado. Cuando García se acerca a
la realidad de la situación comprendiendo que el debate sobre la
coacción estatal es un debate sobre el tránsito al gobierno obrero
otra vez desvaría y de un plumazo no tiene ningún inconveniente en
refutar las cien páginas de El Estado y la Revolución al
afirmar que DESDE SU COMIENZO el hipotético estado obrero a imponer
en nuestro país dejaría de ser un estado ¡Cuántos años de teoría
marxista contra el anarquismo tirados a la basura! Pero ojo, tengamos
en claro que García de anarquista no tiene ni un pelo. Lo suyo se
llama oportunismo y un poco de ignorancia.
El
error crucial de García en este caso es confundir al Estado con el
aparato del Estado (de la misma forma que ha confundido al Partido
Obrero con el aparato del Partido Obrero del que cree poder expulsar
miembros). Como bien se sabe, el Estado no es un objeto tangible con
el que yo decido lo que hacer porque el Estado es la expresión
histórica del desarrollo de las sociedades, y como la historia de
las sociedades es la lucha de clases, el Estado es la expresión
histórica de la lucha de clases. Las contradicciones insuperables de
la sociedad obligan a las clases sociales opresoras a colocarse por
encima del resto de la sociedad, pero esto no es fruto de un
capricho, sino de las mismas leyes de la historia. Hay Estado porque
hay clases sociales, por ende – y esta es la conclusión
fundamental de Lenin – el Estado será abolido cuando sean abolidas
las clases sociales. Pero, ¿la revolución socialista puede abolir
ese Estado de la noche a la mañana? ¡Claro que no! Lo que si puede
hacer, claro, es destruir todas sus instituciones, sus bancos, sus
milicias y su burocracia mediante leyes de transición hacia la
abolición de las clases sociales, como lo fueron los cargos
revocables y los salarios obreros a los funcionarios de la comuna
parisina. Los obreros crean allí su estado propio para derrotar
políticamente a la reacción y preparar las condiciones para el
comunismo. La palanca del Estado Obrero prepara él mismo las
condiciones para abolir gradualmente las clases sociales y, por ende,
al Estado.
Rechazar
que un gobierno obrero deba imponer la coacción estatal cuando asuma
el poder es burlarse no sólo de la historia real de la clase obrera
que debió imponerle una nueva forma de vida superadora a millones de
campesinos rusos sino también a los movimientos revolucionarios que
se expanden por nuestro continente. Un caso paradigmático son las
brigadas antifascistas de Valparaíso que han tomado en sus manos la
lucha contra el narcotráfico y se dedican a investigar y perseguir a
quienes contaminan con sustancias a la población, situación que los
ha llevado a expulsar no sólo a criminales sino, sobre todo, a jefes
policiales de toda la provincia. Por si acaso ¿no es una ley de
coacción estatal la prohibición del consumo de alcohol en la Unión
Soviética? En fin, como estudió meticulosamente Hegel, y luego
corroboró Marx en sus críticas, el surgimiento de toda sociedad
posee el germen de la punición pues la asociación de hombres
individuales en un órgano colectivo – como la Unión Soviética
incluso – se basa en la entrega al colectivo de derechos
individuales, razón por la que es impensable un sistema de derechos
no normativo. En fin, lo que modifica el carácter de las normas es
su orientación social y un estado obrero, claro, puja por normas
para elevar la calidad de vida de las masas y realizar plenamente la
individualidad de los sujetos. Esto es: hoy pujamos para garantizar
la cuarentena.
Los
obreros debemos ser muy serios en estas apreciaciones. Luchar por la
cuarentena no significa abandonar la revolución sino todo lo
contrario, llevarla a su plano concreto. En este mismo proceso
elevamos las reivindicaciones particulares que hagan a cada lugar en
el que nos toca intervenir a la vez que somos severos con quienes nos
empujan a callejones sin salida.
Maximiliano Laplagne
Comentarios
Publicar un comentario