La crisis del 2001 se diferencia de la actual situación en varios aspectos. Entre ellos, uno de los factores resulta fundamental: la vanguardia proletaria y los partidos de izquierda casi en su totalidad enfrentaban al gobierno de la Alianza educando de esta manera al masivo movimiento piquetero que cortaba rutas en toda la Argentina. El argentinazo fue preparado con varios años de anticipación. Este trabajo previo fue clave para, en Diciembre, ganar a los sectores medios (en particular los ahorristas) a la lucha en las calles. Se imponían los métodos históricos del proletariado.
La huelga general en Haití, los cuatro meses de lucha de los chalecos amarillos en todo Europa, la huelga húngara, la lucha contra el fascismo en Londres y Berlín, el movimiento de mujeres en todo el mundo marcan una nueva etapa de ascenso político de las masas. Contradictoria en sí misma la heterogeneidad se homogeneiza en los métodos de acción callejera, movilización y cortes de calle. En Argentina, los últimos diez años vieron gestarse algunas de las máximas movilizaciones políticas de la historia nacional: la defensa popular de Famatina, las huelgas docentes de Chubut, Neuquén, Salta, Mendoza y Provincia de Buenos Aires, los petroleros en Las Heras, los levantamientos en Santa Cruz, el morenazo, la rebelión universitaria, la lucha por el aborto legal y la cuenta sigue hasta el infinito si se recuentan las luchas de fábrica aisladas por la burocracia sindical.
El gobierno K abandonó el mando del Estado luego de garantizar ingresos millonarios a los sojeros y subsidiar salarios industriales durante doce años. Firmó acuerdos ferroviarios con China, permitió el ingreso de su aparato de inteligencia y preparó las condiciones para nuevos acuerdos leoninos con el imperialismo de la mano de Kicilof y Repsol. Pero no pudo con el objetivo central de la burguesía: avanzar en una reforma laboral que reestructure las relaciones de clase en el país. Para los voceros de La Nación “Argentina tiene convenios colectivos de los años ´40”. El fracaso tenía que ser corregido por la camarilla de Cambiemos. Pero la aprobación de la reforma previsional demostró lo que la experiencia necesitaba probar: el movimiento obrero y popular sigue en pie. La reforma laboral tan anhelada no pudo ser aprobada. Inicia en Diciembre de 2017 un punto de inflexión en relación a la lucha de clases. Este nuevo período se condiciona con los virajes bruscos de la economía y la política internacional: guerra comercial chino-yanqui, victoria de AMLO en México, ascenso del fascismo en Brasil y, de nuevo, chalecos amarillos en Europa.
La crisis internacional del capital plantea el problema de la reorganización política en América Latina. El punto uno es Venezuela y el apoyo de los gobiernos derechistas actualmente político y potencialmente militar. El problema del gobierno, digamos, del poder, está a la orden del día en nuestro continente. Las elecciones en nuestro país podrán modificar el mando del Estado pero de ninguna manera ofrecerle una salida al stand by político de la burguesía nacional y continental. Es allí donde aparece el socialismo científico con todo su vigor: la iniciativa del proletariado en la lucha por el poder se transforma de perspectiva en necesidad. Pero el proletariado en América Latina atraviesa una profunda crisis de dirección como consecuencia, en primer lugar, de su juventud y, luego, de la presión de las burocracias sindicales, los partidos de la burguesía nacionalista y, no con menor importancia, la desorientación de los partidos de izquierda. En Venezuela la izquierda agita el “Fuera Maduro” de la mano de Trump mientras que en Argentina la consigna central del Frente que supo conquistar un millón y medio de votos cinco años atrás se resume a “que la crisis la paguen los capitalistas”, es decir, un slogan imposible que ofrece a la burguesía la capacidad de salir por su cuenta de la crisis financiera. Pero la crisis no requiere de una modificación de las tablas de contaduría sino, más bien, una reorganización general de la producción desarrollada por coordinadoras y una asamblea constituyente obrera.
Lo más extraño del caso es el giro derechista del Partido Obrero argentino. Política Obrera, su predecesor, encabezó en consignas y en acción las rebeliones populares de la Argentina durante el último lustro. Enarboló la lucha por un gobierno obrero en el cordobazo, fue el único partido de izquierda que mantuvo vida en la clandestinidad de la dictadura videliana y fue, ya siendo Partido Obrero, protagonista principal en la organización del movimiento piquetero que irrumpió en Diciembre de 2001. Desde hace unos años asistimos a un giro movimentista y electoralista en los planteos del Partido Obrero. Se ha reemplazado el análisis científico de las clases sociales por el empirismo atado a las presiones cotidianas de la lucha política. De la mano de ello los voceros políticos son sólo los parlamentarios y en segundo o tercer lugar los cuadros proletarios.
Las señales de Prensa Obrera son contradictorias: un día leemos consignas abstractas y a la otra el llamado a echar al gobierno. Lo mismo sucede con sus volantes y materiales dispares en todo el país: “Fuera Macri” en Santa Fé, “trabajadores, mujeres y juventud” en Neuquén. La dialéctica de la historia nos enfrenta frente a un caso único en su modalidad: mientras otros partidos se pulverizarían en el giro derechista, el PO posee las condicones de salir de la crisis y de gestar una nueva dirección. En definitiva se trata de un giro a la derecha bajo la presión democratizante impulsada por el aparato del Estado y no de la esencia histórica del Partido más avanzado de la clase obrera latinoamericana.
Los vaivenes de Prensa Obrera dan las muestras de un debate por la orientación que debe tomar el Partido Obrero frente a la enorme crisis que se desata en el continente. Ante el impasse, aparecen las reservas políticas de las bases del Partido. La forma de salir de la crisis necesita en primer lugar a las bases rompiendo con la orientación electorera y persecutoria del Comité Central, abrir un debate público de cara a los trabajadores sobre la necesidad de echar al gobierno de Macri y de cómo llevar a la victoria las luchas parciales como ya sucede con los docentes de Salta o las obreras textiles de Mar del Plata. La lucha movimentista aislada elude los planteos políticos de conjunto y, por ende, la lucha contra el Estado capitalista por el poder. Si la deliberación pública es cerrada a la clase obrera surgirá la imperiosa necesidad de una ruptura política con la dirección del principal partido obrero del país que puede adquirir la forma de fracción, tendencia o, llegado el caso menos esperado, la conformación de un nuevo partido que luche por la dirección del proletariado y la revolución internacional. Esto forma parte de la dialéctica entre un partido y las masas, supera en creces los problemas de aparato y las orientaciones electorales. No se tratará del capricho de ningún dirigente, sino del procesar natural de la dialéctica. Como todos, el problema responde a las leyes generales de la historia.
En definitiva es la vanguardia la que debe tomar la iniciativa. Sin ello no habrá rebelión popular o carecerá de la sustancialidad necesaria para una victoria definitiva. Es parte de la experiencia que nos deja el argentinazo.
De ninguna manera
20 de marzo
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