En una nota reciente
dábamos cuenta de la crisis social que golpea a los barrios del
conurbano. No se puede entender de otra manera el brote de
tuberculosis iniciado en Berazategui.
La llamada “enfermedad de
la pobreza” crece de la mano de la miseria.
Pero
la pobreza que se acentúa en nuestro país no sólo se expresa en
epidemias. Aquellas familias que luego de la crisis del año 2001
habían vivido de trabajos
informales en negro ahora sufren las consecuencias de la
desestabilidad laboral. Como afirman todas las estadísticas
conocidas, la desocupación crece a niveles abismales en nuestro
país. Si antes laburabas en
una fábrica, después pasaste a hacer changas. Ahora que no hay
guita, ya no hay ni changas.
La pobreza no es sólo
un número.
Al contrario, tiene nombres y apellidos. Miles de comedores populares
a lo largo de la Argentina se encuentran en una situación de
absoluta crisis: la cantidad de chicos que se alimentan de la vianda
de los comedores se multiplica día a día. Según relatan varios diarios,
los comedores de la Ciudad de San Martin pasaron de recibir
doscientos niños
por día a más de mil en la
actualidad.
Viviana
Sosa se dedica voluntariamente a cocinar en un comedor popular frente
al Río de Quilmes. Su
comedor fue conformado por militantes del cristianismo evangélico.
Sin embargo, mientras el Estado nacional subsidia millonariamente a
las grandes iglesias y a curas acusados de pedofilia en todo el
mundo, aquellos creyentes que apelan a la religión como forma de
darle una salida a los niños son absolutamente olvidados por el
gobierno. Ninguno de los cientos de comedores populares evangélicos
recibe un peso. De hecho, casi ningún comedor popular recibe un
centavo en la Argentina. Los alimentos son donaciones de vecinos y
creyentes. Quienes
cocinan y sirven
lo hacen por pura voluntad.
“Los
chicos vienen sin calzado y con ropa que no da más de rota”, nos
dice Viviana. “Cada vez hay más niños comiendo y con ellos se
acercan padres y abuelos también muy hambrientos. Todo esto se
agudizó mucho más en el gobierno de Macri, Vidal y Martiniano. Encima
no nos ayudan en nada. Los
pibes no solo quieren comer sino también llevarse un tupper para después. Nosotros, además de cocinar para los chicos,
cocinamos budines y tortas para vender en el barrio y tener plata
para comprarles comidas”. Como se ve, la situación es extrema.
Está en juego la vida y el futuro de miles de niños a lo largo de
todo el país.
Pero
lo que sucede en los comedores sucede en todos los aspectos. En las
escuelas de Quilmes y Berazategui el gobierno de Vidal acaba de
recortar el jamón del sandwich que ahora pasa a ser solo de queso
¿qué niño puede tener nutrientes suficientes alimentadose así? Ni
hablar de los miles de niños que solo pueden comer en la escuela. Si
antes pedíamos libros y materiales de educación de calidad, ahora
la lucha es elemental: alimentarse.
Como
se ve, mientras el gobierno le paga cientos de miles de millones al
FMI, miles de niños lloran por un pedazo de pan. Es evidente que ninguno de los
candidatos en las elecciones tenga un plan para sacar a
la Argentina de la miseria en la que la han sumido. Por eso, como
Viviana y tantos otros, la tarea es tomar la lucha en nuestras manos.
Exigimos
subsidios para la comida de todos los niños, puestos de trabajos
para los padres desocupados y apoyo a todos los comedores populares
del país. Organicemos asambleas y movilizaciones en todos los barrios del Conurbano ¡Con el hambre no se jode!
Tomás Ridel
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