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La República Romana y la asamblea constituyente

La historia se encarga de unificar procesos que a lo ancho del universo se presentan de manera dispar. La "tradición grecorromana" no es una unidad homogénea. Por un lado las tribus griegas transformaron y revolucionaron el ambiente en el que los tocó vivir. Por otro, las tribus latinas destronaron a los etruscos en el dominio político de la actual Italia dando nacimiento a la República Romana. 

Del estudio de la antigua Grecia obtuvimos como conclusión que la asamblea constituyente que convoca al pueblo griego a gobernar sus pólis es fruto de la victoria revolucionaria de los comerciantes, artesanos y jornaleros frente a la nobleza. En Roma, en cambio, la revolución que instaló la República es dirigida por las familias nobles contra la dominación despótica de el rey Tarquino el Soberbio. 

Bajo su reinado se inicia la etapa de dominación colonial del posterior imperio romano. Los historiadores antiguos como Tucídides o Heródoto coinciden en recordar a Tarquino por haber sido responsable del suicidio en masa de esclavos sometidos al trabajo inhumano para la construcción de grandes templos y monumentos. En el año 509, dos años antes de la revolución democrática de Atenas, su propia familia se unió a las familias nobles latinas para destronarlo. Conquistaron el favor del ejército, expulsaron a los aliados de Tarquino y reemplazaron apoyados en la gran masa del pueblo su poder por el del Senado. El senectus, la asamblea de los nobles mayores de sesenta años, ya existía desde hacía dos siglos pero estaba sometida al dictamen del Rey. Ahora el poder quedaba en sus manos. 

Con estos primeros datos ya nos anticipamos a afirmar que la República Romana se inaugura en nombre de la democracia popular pero, en realidad, asume la forma de la unión de las familias nobles contra el pueblo romano, primero, y todas sus colonias, después. Engels califica a este período como la única y gran revolución romana. Pero no fue una revolución por sus dirigentes ni por sus métodos sino porque da inicio a la lucha política entre plebeyos y patricios que recorrerá la historia de occidente.

A diferencia de Grecia, en Roma las clases intermedias quedaron excluidas del poder político. Los plebeyos lucharán hasta los últimos días del imperio romano por su participación en el gobierno. Pero, debe decirse, la particularidad de la historia romana no se encuentra en las luchas democráticas sino en las guerras civiles que enfrentan a los esclavos contra la dominación patricia. Por primera vez en la historia del mundo, la clase más oprimida de todos los estratos sociales desarrolla su programa y sus estrategias. El ejercito espartaquista puso en jaque a la República Romana y con ella al esclavismo occidental. 

El sistema de expansión colonial mediante el saqueo y la guerra generó un crecimiento exponencial de la población extranjera sometida a la esclavitud. Este es el factor crucial que explica la razones por las cuales las familias patricias negaron la participación en el poder a los plebeyos. El Estado romano necesitaba de un ordenamiento político que les permita enfrentar a los ejercitos de esclavos que se levantaron durante varios Siglos. Por ello, el pueblo plebeyo no gobernaba pero era libre en relación a los esclavos, pues la libertad era condición sine qua non para formar parte del ejército romano. Al mando de tropas libres, el Senado masacró y esclavizó a pueblos europeos, asiáticos y africanos. El poderío militar le permitió bañar en sangre a los doscientos mil esclavos rebeldes dirigidos por un grupo de gladiadores de Tracia y la Galia, las actuales Bulgaria y Francia. 

A diferencia de etapas anteriores de la historia humana, para los latinos el sistema esclavista no sólo se mostró incapaz de desarrollar las fuerzas productivas de la sociedad sino que las bloqueó. Ningún romano libre podía competir con la gratuidad de la fuerza de trabajo esclava. De allí la existencia monumental de un lumpenproletariado que el teatro de Sheakspeare o el cine de Hollywood se encargaron de caricaturizar como familias sedientas de sangre en las gradas del Coliseo Romano. La historia de la cultura dominante de occidente es, sin lugar a dudas, la historia del desprecio al combativo pueblo romano. 

El ejército plebeyo luchó hasta las últimas consecuencias por el poder político. Pero lo hizo a su manera y de acuerdo a sus límites históricos. No tuvo jamás en sus planes la convocatoria a una asamblea constituyente; pero luchando por su participación en el gobierno conquistó la conformación de tribunas populares. Estos órganos, como nos indica su nombre, eran dirigidos por los tribunos del pueblo y discutían (¿qué otra cosa se podía discutir en Roma?) la validez o el rechazo de los decretos judiciales y políticos que afectaban a los ciudadanos pobres. Varias de estas asambleas populares se transformaron con el tiempo en focos de acción revolucionaria. Los hermanos Graco, dos tribunos del pueblo provenientes de familias adineradas, dirigieron grandes levantamientos. 

Pero los límites de esta dirección se mostraron de inmediato. Varios de los tribunos no sólo abandaron batallas en momentos cruciales sino que acabaron incorporándose "con voz y sin voto" al Senado. En Grecia las clases intermedias habían podido destronar a la nobleza porque además de la guerra revolucionaria impulsaron el comercio, el intercambio entre ciudades y hasta el incipiente desarrollo industrial del cobre y el metal. En cambio, la clase media romanas se conformaba de familias enriquecidas sobre la base de endeudar al pueblo y frenar su independencia económica para salvar la producción y la domesticación esclava. 

A esta altura del análisis la historia romana ya nos ofrece una primera conclusión: la convocatoria a asambleas que constituyan el poder del pueblo no depende de las meras voluntades democráticas de las clases sociales. Muy al contrario, el llamado a una asamblea constituyente es paralelo a dos factores cruciales: por un lado, al desarrollo productivo alcanzado por la sociedad en determinada etapa y, por otro, a la conformación social, la división y el enfrentamiento entre las clases gestados por el estado del desarrollo productivo. Comprender la asamblea constituyente abstraída de estos factores es, justamente, una abstracción democrática. 

Ahora bien, la asamblea griega funcionaba no sólo como órgano de deliberación sino, sobre todo, como sostén del esclavismo. Habíamos concluido que los esclavos helenos habían presentado enormes dificultades para gestar sus propias organizaciones independientemente de su lugar crucial en los ejércitos revolucionarios. Detengámonos ahora en la esclavitud romana. 

Su situación social es realmente desesperante. Muchos de ellos, sobre todos las mujeres, pasaban la totalidad de su vida encerrados en jaulas y se vendían como mercancía barata en las ferias. Esta situación planteará enormes límites a la hora de consagrar sus levantamientos, ninguno de los cuales alcanzó una victoria definitiva. La comprensión de este punto es crucial en relación a varios debates históricos sobre el desarrollo contemporáneo de las revoluciones sociales.

Necesitados de una historiografía que divida al mundo en etapas históricos predeterminadas, la burocracia stalinista acuñó el concepto de "revoluciones esclavas". Con ello no querían decir que los ejércitos sicilianos de esclavos hayan puesto en vela durante meses enteros al Senado o que hayan elevado como nunca antes la lucha por la libertad. Al contrario, intentaban afirmar sin justificación empírica alguna que las "revoluciones esclavas" dieron fin a la "etapa esclavista" de la sociedad dando pie a otra nueva etapa, el feudalismo. Salta a la vista que este falso esquematismo respondía  a sus propios intereses guiados por justificar la necesidad de una etapa capitalista en Rusia previa al comunismo, pues no sería posible una sin la otra de la misma manera que no hubiese sido posible el feudalismo sin el esclavismo. El carácter desigual y combinado de la historia europea niega por sí mismo esta hipótesis: mientras algunas civilizaciones girarán en la edad media a la servidumbre, la esclavitud asiática o la exportación de esclavos negros de África a las potencias capitalistas reinará durante un milenio y medio más. 

Pero llegado a este punto debemos detenernos en nuestro objeto de estudio. La democracia de los ciudadanos griegos basada en la asamblea que constituyó su poder jamás existió en Roma. El ideal asambleario de los griegos será borrado hasta de los libros de texto. La República de Cicerón en nada se parece a la de Platón. Mientras que los filósofos griegos teorizaron sobre los alcances de una sociedad democrática, los pensadores de las clases sociales dirigentes de Roma se dedicaron a atacar cualquier mínimo intento de transformación del régimen político senectal.

En Roma no hubo ninguna clase social capaz de constituir una asamblea democrática. Como vimos, el pueblo plebeyo no pudo crear órganos separados y enfrentados al poder político. Lo más cercano a la democracia en Roma cuenta por parte de los esclavos. Estos crearon sus propios ejércitos, consiguieron armas por su cuenta arrebatandoselas a sus viejos amos y establecieron su propio democracia interna. El ejército de Espartaco deliberó durante dos años su recorrido revolucionario. Avanzaron así por todo Italia hasta rodear durante varios días el centro del poder político romano. 

Esto nos obliga a dar cuenta de otro problema esencial en relación a nuestro análisis: el fetichismo democrático que hace de la asamblea constituyente un esquema único de salida revolucionaria carece de sustento histórico. En Roma sólo la democracia de los ejércitos esclavos se acercó a la constitución de nuevos poderes que enfrenten y reemplacen el Senado. Como axioma general, las revoluciones no son meros llamados a la participación popular sino creaciones de las clases oprimidas amparadas por lo general en sus viejas tradiciones de organización. En el caso de la Revolución Rusa la creación de Soviets en 1905 o los comités interfabriles de los bolcheviques en 1917 permitieron canalizar la organización de proletarios y campesinos, enfrentar la represión zarista y burguesa y hasta organizar la Insurrección de Octubre. En este caso, el llamado a una asamblea constituyente adquiría el carácter de consigna democrática opuesta a la dictadura del proletariado pues la verdadera democracia directa regía en los Soviets. Incluso consciente de los límites que los Soviets pudiesen presentar en horas decisivas, Lenin y los bolcheviques convocaron a estas asambleas de obreros y soldados a encabezar la revolución ¡Todo el poder a los Soviets!

En cambio, los tribunales populares latinos no fueron asambleas populares sino órganos de coalición con la justicia romana. Los tribunos plebeyos no invocaron jamás la abolición del Estado esclavista y su reemplazo por otros organismos de poder. Esto no quiere decir de ninguna manera que en Roma no haya sido protagonista de toda su historia la lucha de clases, pero esta adquirió formas distintas a las de Atenas. Como falsos opositores al stalinismo, los historiadores burgueses que escribieron para las bibliotecas de Londres se han empeñado en dibujar la historia romana como una eterna puja institucional entre familias patricias que se reparten las conquistas del mundo. Así, afirman que jamás existieron las "revoluciones esclavas", no para defender el carácter permanente de las revoluciones sino para intentar borrar la trayectoria de lucha del pueblo romano. Los historiadores de la reina y el parlamento inglés omiten, no sin intención, que si Julio Cesar o Pompeyo lograron instalar gobiernos "cesaristas" capaces de arbitrar entre plebeyos y patricios es porque estos mismo emperadores dirigieron primero los ejércitos que bañaron en sangre al pueblo esclavo. El propio Pompeyo mandó a capturar a los seis mil esclavos que lograron huir tras la derrota del ejército espartaquista dando la orden de colgar sus cabezas y crucificar sus cuerpos en el centro de la ciudad. Contra los falsificadores de la historia, ya sean burócratas de rojo o mercenarios a sueldo con la pluma en la mano, las luchas heroicas de plebeyos y esclavos están guardadas en la memoria popular como un legado histórico a profesionalizar en nuestros tiempos. 

Finalmente, como ya se ve, el presente estudio intenta dar cuenta de la lucha de los explotados en la historia universal no en busca del placer académico sino de las pruebas históricas que justifiquen el llamado a asambleas proletarias que constituyan un nuevo poder en América Latina y el mundo entero. Siento esta tarea como una obligación histórica. De nuestros aciertos y errores aprendemos los oprimidos. Si Grecia nos había enseñado a luchar revolucionariamente por una asamblea constituyente, Roma nos enseña que toda consigna de poder debe estar atada a la realidad material y a a las tradiciones de los desposeídos. La utilización (o el rechazo) de la consigna que convoque a una asamblea constituyente en la actual etapa política debe responder a una estrategia que analice las clases sociales en pugna, el agotamiento de las clases dominantes y las condiciones de los oprimidos para librar batallas decisivas. Como es obvio, desde Roma a nuestros días varias circunstancias han modificado al mundo. De entre ellas las comunas medievales, la Comuna parisina, los soviets rusos o las asambleas obreras de Bolivia (sólo por nombrar algunos casos) han abierto nuevas perspectivas a los oprimidos por apropiarse del mundo que habitan y revolucionar las condiciones de nuestra existencia. 










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