Para
sobrevivir a la presente etapa el populismo necesita radicalizarse.
Prueba
de ello lo es el estudio del epicentro político de la actual crisis
mundial. Los populistas yanquis giraron en pocos años de la Guerra
Santa contra el terrorismo al berniesanderismo, un fenómeno
particular – por supuesto – y dirigido por la clase social más
hipócrita del mundo entero: la burguesía nacionalista
norteamericana. Bernie Sanders rechaza la guerra comercial con China;
pero si tiene que elegir, dice en su libro, defiende el trabajo
estodounidense. La burguesía que se jactaba de globalizar el mundo
ahora pretende aislarse, y en su aislamiento se enfrenta con los
titanes que engendró: la burguesía imperialista, también ella
yanqui, pero que defiende la prioridad de sus negocios en el resto
del mundo. Es que, por definición, la burguesía yanqui no puede
aislarse del globo terraqueo a la vez que el resto del globo no
puede aislarse de Washington.
Haber
llegado tarde al reparto colonial del mundo es una de las
características que diferencian al imperialismo yanqui del europeo y
lo asimilan a los estados capitalistas de América Latina. Una
burguesía revolucionaria que se impuso al esclavismo y tomó los
métodos de la burguesía europea hacen la diferencia. Por su parte,
la revolución democrática de los Estados Unidos, a la vez que
abolió la esclavitud, engendró en su seno a Wall Street y con él
el sepulturero más importante de todos los sepultureros: el
proletariado estadounidense. La paradoja de la burguesía imperial es
que ahora sólo el proletariado pueda levantar las consignas
democráticas.
La
democracia yanqui funciona como una trampa para su clase obrera que
debe votar cada cuatro años por demócratas o republicanos. El
aumento brutal del ritmo de trabajo bajo el mismo salario que le
impusieron a lo largo de los años ambos bandos políticos gestan
huelgas obreras de todos los ramos, caracterizadas por el aislamiento
al que los someten sus centrales obreras. Un informe del New York
Times afirma que la tasa de sindicalización bajó al récord del
siete por ciento en el año 2018. La crisis de dirección que
atraviesa la clase obrera internacional tiene un doble peso para el
proletariado de un país como los Estados Unidos. La falta de
dirección unificada sectoriza los reclamos: negros de un lado, LGTB
por otro, mujeres por otro y luchas salariales por otro. Consciente
de este fenómeno, la burguesía yanqui intenta abroquelar a estos
grupos con lastre; el propio Obama se jactó durante años de ser el
primer líder imperialista negro. Los demócratas se hicieron eco de representar al movimiento Occupy Wall Street, siendo que fueron ellos los que sacaron de la quiebra a los bancos con los recursos del Estado. Bernie Sanders agrega a su
plataforma demócrata reivindicaciones en defensa del proletariado
estadounidense. Pide, por ejemplo, que sus compañeros de bancas
demócratas dejen de explotar a los obreros baratos en Asia e
inviertan en mano de obra yanqui. Lo mismo ruega otro outsider,
Donald Trump. El Washington Post milita hace años por la
reducción del valor de la jornada de trabajo, sin entender, claro,
que son la misma cosa. Frente a ellos una masa gigante de obreros
nacionales y extranjeros pasaron de “hacerse la América” a
condenarse toda la vida a cocinar hamburguesas en alguna cadena de
fast food. Las relaciones sociales de producción se han modificado
drásticamente en el centro del poder político mundial.
La imposición económica de Estados Unidos en el
mundo no deviene de sus talleres medievales, sino de la invasión
armada sin haber sido ella misma invadida. El stablishment
bipartidista se unifica en el apoyo a Guaidó, los golpes
imperialistas y las guerras
en todo el mundo excepto en su territorio.
También, claro está,
en el apoyo al golpe encabezado por Temer contra el PT. La burguesía
yanqui defiende sus negocios en América Latina, cuando puede, bajo
la égida de su democracia, y cuando no, al mando de los Videla y
Pinochet. Escandalizados por el rechazo de Sanders al golpe de estado
en Venezuela, los demócratas proponen para las presidenciables del
2020 al ex vice presidente de Obama. Pero aún así, el abuelo
Bernie aparece en las
encuestas como el único
candidato capaz de ganarle a Trump.
En
USA se vota recién en Noviembre del próximo año, pero Bernie ya se
transformó en #Sanders2020. El “hay 2019” de Baradel no le llega a los talones. Por su parte, el rechazo al golpe de Estado no significa de ninguna
manera el rechazo a la explotación imperialista de los recursos
venezolanos, sólo que Sanders, a concejo del papa Francisco– amigo
íntimo declarado – pide una intervención pacífica en Venezuela,
lo que en otros términos significa el llamado al pueblo venezolano a
aceptar la explotación imperialista. Sanders se coloca en este caso
del lado del frente imperialista aliado al vaticano y el grupo Europeo "de Lima".
La
crisis de dirección del proletariado sumado al enésimo año del
retroceso de las condiciones de vida de la clase obrera internacional
generan en estados Unidos las condiciones para un populismo
radicalizado bajo consignas democráticas y reivindicaciones obreras. El proletariado se ve de esta forma atrapado en las mentiras
democráticas del proceso electoral sin aparecer con su fisonomía y
candidatos propios. Debe decirse que la situación es similar en el
resto del continente excepto la todavía limitada excepción del caso
argentino llamado Frente de Izquierda.
Gestado
por tres históricas organizaciones de la clase obrera, el FIT emerge
en la escena política dominada por la burguesía unificado en
reivindicaciones obreras como el salario igual a la canasta familiar.
La influencia de los partidos socialistas en el movimiento obrero
argentino ha dado un salto cualitativo en los últimos veinte años,
lográndose la conquista del sindicato nacional del neumático junto
a decenas de regionales, sindicatos locales y comisiones internas. El
proceso de unificación entre la izquierda y la clase obrera se
desarrolla de forma consciente apuntando hacia esa dirección. Bernie
Sanders parte, en cambio, de las tripas del regimen imperialista y su
enérgico intento de contener a la clase social que tiene en sus
manos el destino de la humanidad. El Frente de Izquierda emerge, al
contrario, como el llamado a la clase obrera a transformarse en el
cerebro del mundo.
La
rebelión popular del 2001 puso en jaque al stablishment
criollo. Ufanado bajo la “vuelta de la política” el
kirchnerismo arremetió contra las organizaciones populares que
enfrentaban al Estado, cooptando a la mayor parte de ellas. Del
sector protagonista del argentinazo que defendió su independencia
política respecto a sojeros, hoteleros
y ensambladores de partes de netbooks surge el Frente de Izquierda y
los Trabajadores. Carente de organizaciones obreras propias, todo un
bloque de la clase obrera giró hacia los planteos políticos de la
izquierda y con ellos, indirectamente,
de la defensa del Octubre Ruso y la dictadura del proletariado.
Partiendo de esta diferencia sustancial respecto al “socialismo
democrático” yanqui, el FIT prevalece en la escena política
nacional como la separación de los partidos obreros respecto del
régimen político de la burguesía nacional, ella misma, claro está,
pro imperialista. Ambos fenómenos, el FIT y Sanders se gestan bajo el avance
descomunal de la crisis del capital dimensionada en el año 2008 y
responden a un fenómeno internacional de conjunto: el ascenso de la izquierda en
el marco de la bancarrota mundial. La traición de Tsipras no niega el
carácter objetivo de la etapa.
La
actual dirección del Partido Obrero parte de la caracterización de
un retroceso político de la clase obrera que debería inmediatamente
hacerse eco, si sus premisas
son certeras, en un retroceso
electoral del Frente de Izquierda. Sin embargo, debe decirse, hemos
asistido a dos años plagados de luchas populares entre las cuales se
destacan el rechazo al 2x1, el astillerazo de Ensenada, el morenazo
y, por supuesto, las jornadas de Diciembre de 2017 encabezadas por el
SUTNA y las seccionales opositoras de la UOM y el SUTEBA. De nuevo
enmarcado en el enésimo año de retroceso de las condiciones de vida
de las masas, el ascenso político de las luchas populares ha
sostenido en un lugar destacado de la agenda política a los
dirigentes del Frente de Izquierda, los cuales se han convertido en
voceros de reivindicaciones urgentes de la clase obrera como el
aborto legal, seguro y gratuito. Sin
embargo, como la burguesía nacionalista yanqui, en las campañas
electorales del último año el FIT ha jugado a sectorizar los
reclamos de los trabajadores haciendo hincapie, fundmentalmente, en
su militancia feminista. De la mano de ello se ha redoblado el
punitivismo de género. Todo un síntoma que se enmarca en el giro
radicalizado del populismo, el cual, por definición, se transforma
en un giro a la derecha.
La
sobrevivencia de las oligarquías provinciales y su dominio político
en el país son también signos del atraso histórico del estado
capitalista argento. La unificación nacional de fin del Siglo XIX funcionó como un reparto de tierras para que cada caudillo y
gobernador sostenga sus negociados en su territorio siempre, claro,
bajo las preferencias de la bolsa de Buenos Aires y sus relaciones
carnales con Londres y Nueva York. La victoria de Schiaretti en
Córdoba responde al enfrentamiento de varios sectores capitalistas
cordobeses, entre los cuales se destacan los autopartistas que
rechazan la compra de materia prima barata a China. Es la misma
crisis que rompió la boleta del PRO porteño en 2015 y que ahora
apuntala la candidatura de Suarez en Mendoza, este bajo el remate de
sus gasoductos al capital ruso. Vale el mismo caso para la victoria
del MPN en Neuquén y el
Frente Grande en Río Negro
con sus estratégicos pozos en Vaca Muerta. Frente a la crisis del
Estado nacional y sus propios endeudamientos los caudillos
provinciales se despegan
del gobierno nacional llevando tras de sí a grandes sectores del
proletariado. Sin embargo, los intereses opuestos de los gobernadores
no pueden unificarse bajo una única candidatura gestándose un
panorama electoral abierto que pone en juego la discusión de un
programa político. En pleno
Siglo XXI la burguesía oligarquica no tiene ningún programa para
ofrecerle a las masas más que la miseria y el atraso de lo que
Crónica popularizó como la Argentina medieval.
Pero también el
fracaso de la camarilla de Cambiemos en modificar las relaciones
sociales de explotación está a la vista de toda la clase dominante.
Para avanzar en la reforma jubilatoria, el macrismo debió mostrar
ante el mundo la resistencia que opondrá la clase obrera. Es esta y
no otra la razón que lleva al fin de su mandato sin haber podido
jugar las cartas de la reforma laboral. La vuelta al mundo se
transformó simplemente en un nuevo endeudamiento descomunal que las
masas pagan con inflación y caída del salario real.
La
configuración política de la etapa en todo el mundo marca como
premisa la posibilidad de un nuevo ascenso del Frente de Izquierda.
La condición para ello es el
fin del giro populista de sus posiciones pues el FIT nace como un
canal de lucha por la independencia política de la clase obrera y no
como la reivindicación de la distribución equitativa de la riqueza.
Esa fue la base de su ascenso
inédito en el año 2013. La
llamada “economía colectiva” que Bernie Sanders y el PTS
concretizan bajo la reivindicación de las cooperativas apunta al
salvataje de la crisis del capital bajo la autoexplotación de la
clase obrera nacional. Debe comprenderse como
nunca antes que
el carácter internacional de la crisis sólo podrá ser resuelta
mediante una reorganización mundial de la producción y no con
capitalistas nacionales que le "paguen la crisis" al imperialismo.
Cuando Bernie Sanders debía optar por convocar a la clase obrera a
conformar su propio partido opuesto al stablishment, optó por la
candidatura de Clinton contra Trump para luego apoyar a los diputados
democrátas que avalan el genocidio en Yemén, el hambre en Haití y
la dominación imperialista en Puerto Rico. Para esconder esta
traición, Sanders ofrece derechos raciales y femeninos a las masas
que ven caer su salario de forma descomunal y comienzan a vivir las
primeras experiencias de desocupación en masa luego
de la crisis del ´30. El FIT, en oposición al socialismo democratizante, debe romper con el populismo radical. El
Frente de Izquierda tiene la tarea de transformarse en un canal
político de la clase obrera. Para ello debe apuntar sus cañones
contra el Estado hoy dirigido por la camarilla de Cambiemos. En el
país del argentinazo, la consigna “fuera Macri” sólo puede
sumar. Para ello se debe explicar que no es suficiente su salida del
gobierno y reemplazo electoral
por el gobierno de los Fernandez sino una ruptura definitiva con la
democracia capitalista bajo la convocatoria a una asamblea
constituyente de la clase obrera que
reorganice la nación.
El
Frente de Izquierda que lanzó su campaña electoral hace un año y
medio ahora parece hundirse en el silencio. Es necesario lanzar de
forma inmediata la campaña electoral en todo el país llamando a los
trabajadores a defender y construir sus propias organizaciones. Para
ello es fundamental el llamado a la izquierda clasista a conformar un
bloque unificado para afrontar las elecciones. Esto implica, de forma
fundamental, la participación de las dos fracciones del Partido
Obrero entre las listas electorales. La crisis, por su naturaleza
dialéctica, hará gestar un enorme movimiento popular que buscará
una dirección acorde a sus intereses. Es evidente que ninguna otra
fuerza política puede ofrecerles una salida.
De ninguna manera
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