La
asimilación del color rojo al comunismo es una idea creada por un
grupo de hombres. París vió gestarse hace más de tres Siglos movimientos de masas obreras
en su incipiente emerger. ¿Por qué sus banderas eran rojas? Para responder a esta pregunta, la literatura histórica ofrece explicaciones de tipo romántica: “es por la sangre de los obreros
caídos”, “es el color de la pasión”. Ninguna de estas tesis
dan en el clavo. Rechazan la existencia de principios materiales de
la historia: ¿no habrá sido el rojo el único color que sobraba en
las fábricas textiles para poder ser usado de trapo? No lo sé y
tampoco sabría por dónde empezar esa investigación. En cambio, se
me ocurren cuestiones transversales a esta ¿por qué el rojo pervive
en la historia del movimiento obrero socialista? ¿Por qué hay
colores que representan ideas? ¿Qué significa hablar de la estética
de las revoluciones?
Esta
última pregunta me surgió leyendo a Trotsky. En su autobiografía
denominada Mi Vida, Lev
Dadivovich Bronstein refiere de forma usual a sus diálogos con
Lenin. Una vez, cuenta, acababan de mudar el gobierno de Petrogrado a
Moscú. Cuando llegaron entendieron el sentido de lo ridículo de la
historia pues ingresaban a los palacios católicos medievales para
imponer la dictadura del proletariado. El reloj que sonaba a toda
hora abandonaba
la armonía de la música clásica del zarismo por la Internacional
Socialista. En una de las torres principales del
Kremlim, construido en 1156, Trotsky propuso a Lenín colgar la hoz y
el martillo. Se responde a sí mismo: “pero a Lenín poco
interesaban los problemas de la estética revolucionaria, más bien
estaba empeñado en la cantidad de cosas que había para hacer, como
por ejemplo, llenar la ciudad de monumentos simples y baratos para
guardar en la memoria del pueblo la Revolución de Octubre”.
En
general ni los pueblos ni las clases sociales eligen su estética,
así como tampoco sus concepciones pueden ser fruto íntegro de su
consciencia, ella misma diseñada a imagen y semejanza del sistema
social imperante. Sin embargo, construyen su imagen en los hechos, de
la misma forma que las concepciones que el Capital impone a su
consciencia pueden ser superadas en la experiencia. Ya desde el
platonismo la estética se concibe como fruto del trabajo. Sólo el
cuerpo en movimiento modifica la estética ofrecida por la
naturaleza, tan cambiante ella misma como el cuerpo. Según Heráclito
no nos bañamos dos veces en el mismo río. No miramos el rojo con
los mismos ojos hoy que ayer ni mucho menos que mañana. Ahí está
el problema: concebir una estética universal es una contradicción
en términos. Si la estética se produce en los hechos de cada
humano, entonces no puede estar preestablecida a su accionar. Por lo
tanto: la estética cambia. Los monasterios caen para dar lugar los
organismos soviéticos.
Las
revoluciones ponen a la orden del día los problemas de la estética.
Es que la sociedad en su conjunto ha saturado toda su tolerancia con
los regímenes del pasado. Ya no quiere comer todos los días sopa, quiere hacerse paso a la cultura culinaria. Del amor
eterno a Dios las masas
pasan
a la confianza en sí mismas.
Ya no se tolera la saturación
estética de la competencia sangrienta del Capital. No quiere
publicidades iguales en las calles todo el tiempo. Prefiere ver ante
sus ojos el panorama de lo que ellas mismas han creado. Pintan
paredes, pegan carteles, eligen los colores de sus ciudades, diseñan sus propias ciudades y con ellas un nuevo mundo.
Siempre
he tenido un muy alto estima por los diseñadores gráficos de los
partidos revolucionarios. Esta me parece sin duda una de las tareas
más importantes de nuestra época. La brutalidad del sistema
capitalista ha contaminado a tal punto nuestros sentidos que hemos
perdido hasta el más mínimo sentido de la estética global. Buenos
Aires es uno de los casos más graves del mundo: ningún edificio
está planificado para estar al lado de ningún otro. Ningún paquete
en el supermercado respeta una estética general a la vez que
contaminan el planeta con plástico desperdiciado a niveles
intolerables para La Tierra. Nuestros ojos ven siempre lo mismo en
cada cuadra. Carteles de a millones que no se aguantan más. De allí
que la necesidad de pensar de manera conjunta el diseño estético de
nuestro planeta no es una tarea más. Forma parte sustancial del
futuro de la salud mental de nuestra especie y quizás también de
muchas otras.
De ninguna manera
De ninguna manera
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